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Francisca Aguirre y su vuelta a ‘Ítaca’


ÁNGEL SALGUERO
Los versos de Francisca Aguirre (Alicante, 1930) están escritos con la tinta de la memoria. Las miserias de la posguerra, «ese tiempo loco que cobra su alquiler en monedas de espanto», marcaron su infancia y dejaron una huella profunda en su poesía. Los libros fueron su principal refugio durante aquellos años y en la literatura encontró también una forma de canalizar su energía creativa. Coetánea de otros poetas como Francisco Brines, Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez o Félix Grande (con quien acabaría casándose en 1963), comenzó sin embargo a publicar mucho más tarde que ellos. Ítaca, su primer poemario, apareció en 1972. Le seguirían otros como Los trescientos escalones, Ensayo general, Pavana del desasosiego, La herida absurda o Historia de una anatomía, con el que logró en 2011 el Premio Nacional de Poesía.

11478179-19175659 Y a pesar de todo, su obra, como la de otras muchas mujeres poetas, ha sido ignorada en antologías y manuales de Literatura. Esa perpetua invisibilidad de las autoras femeninas es lo que ha movido a escritoras de toda España a unirse en la asociación Genialogías que, en colaboración con la editorial Tigres de Papel, ha creado su propia colección de poesía escrita por mujeres. Entre los títulos más recientes figura una reedición de Ítaca a cargo de la también poeta Marta Agudo.

«Hasta que trabajé la obra de Francisca Aguirre», explica, «era reacia a creer que las mujeres no pasaban al canon. Luego comprendí que sí es verdad». A su juicio, las grandes voces de la posguerra son masculinas: Antonio Gamoneda, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez y José Hierro. Ello es debido, asegura, a que «las mujeres no han podido acceder a los estudios, por motivos obvios. Pero luego está todo el tapiz de lo que no son las grandes voces, y ahí no figuran mujeres apenas. Y sin embargo hay hombres que son muy inferiores y que han ocupado páginas y páginas de bibliografías y tesis doctorales. Que la mujer llegue a dar el salto de pasar al canon, que dentro de 30 años alguien vea citada en un libro a Paca Aguirre o Ángela Figuera… Eso es mucho más difícil».

Para Agudo, el rasgo principal de la poesía de Aguirre es «lo autobiográfico, la memoria como ejercicio de inspiración poética, y la infancia. Ella está muy marcada por la muerte de su padre, que era pintor y fue asesinado a garrote vil en la posguerra. Reflexiona sobre su vida, sobre su pasado, pero hace poesía. Escribe con conciencia poética. No se puede ser poeta o escritor sin haber leído, y Paca ya tenía cuando empezó un bagaje de lecturas impresionante». Machado fue para ella, como para el resto de su generación, una de las «influencias más claras» aunque, explica Marta Agudo, «su gran maestro, porque fue secretaria suya durante años, fue Luis Rosales».

Luis Rosales en 1972.

Luis Rosales en 1972.

El origen de Ítaca está en la lectura de otro poeta, el griego Constantino Kavafis. «Ella dice que leyó Los náufragos de Kavafis y rompió todo lo que tenía escrito hasta la fecha y comenzó desde cero. Para ella, encontrar a este poeta fue el detonante de su poesía de madurez, con una conciencia poética ya sólida». En este libro Francisca Aguirre, siguiendo la tendencia de otras autoras, reinterpretó los mitos clásicos desde una perspectiva femenina. «Hace un ejercicio maravilloso con ello», señala Agudo. «Habla desde la voz de Penélope, que está esperando a Ulises mientras él, digámoslo así, se distrae con las sirenas y ella vive con la angustia de las tardes que se le echan encima en casa. Revisa el mito con una visión femenina y eso fue una técnica que utilizaron muchas otras también para dar una vuelta a la tradición».

Durante uno de sus últimos recitales en Valencia, Francisca Aguirre recordaba cómo le venían los versos mientras hacía las camas en casa o preparaba las comidas. A veces se obligaba a recordarlos hasta tener la oportunidad de poder sentarse a escribirlos. «Es una poeta teresiana», afirma Marta Agudo. «Para ella, la poesía está en todas partes, incluso en la cocina. Y siente las ganas de escribir —no quiero hablar de inspiración, que es una palabra que siempre da un poco de miedo— en cualquier momento. No se da ninguna importancia ni hace ningún ritual. Es la sencillez personificada».

Francisca Aguirre y Félix Grande en una imagen de 1970.

Francisca Aguirre y Félix Grande en una imagen de 1970.

El valor de Ítaca reside, según la responsable de esta nueva edición, en su clave de «transformación generacional». Es un libro «tremendamente duro, pero también increíblemente valiente». Entre líneas, desliza mensajes como «es inútil pensar que me has querido» o relata «la espera del marido que llega a casa oliendo a otras mujeres. Y si ya sería valiente hoy en día, imagínate hace cincuenta años. Paca habla desde la verdad. Por eso creo que se está reivindicando su obra, porque hay mucha verdad en ella», concluye.

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