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Cuando escribir es un juego

ÁNGEL SALGUERO
En la poesía hay libertad, emoción, imaginación… pero también normas, regulaciones, restricciones, reglas que el poeta debe seguir para dar forma a sus ideas. El soneto, por ejemplo, es una de las composiciones poéticas más estrictas. Ya lo daba a entender, medio en broma, Lope de Vega cuando escribió este famoso poema:

Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.

Desde siempre la modernidad literaria se ha basado en el afán de los creadores por romper ataduras y renegar de la tradición. Sin embargo, a principios de los años sesenta, un grupo de intelectuales y escritores franceses se planteó hacer precisamente lo contrario: reforzar las restricciones para incentivar la imaginación y multiplicar las posibilidades creativas.

Foto de familia de los miembros de Oulipo.

Foto de familia de los miembros de Oulipo.

Se hicieron llamar Oulipo, siglas de ‘Ouvroir de Littérature Potentielle’ o ‘Taller de Literatura Potencial’. Sus miembros originales fueron François Le Lionnais, un matemático fascinado por la literatura, y el autor Raymond Queneau. Más tarde se sumarían otros nombres como Georges Perec, Marcel Duchamp o Italo Calvino. Según lo veía Queneau, «la inspiración que consiste en una obediencia ciega a los impulsos no es sino una suerte de esclavitud». Los miembros de Oulipo, aseguraba, son como «ratas que construyen el laberinto del que piensan escapar». Georges Perec, por su parte, dejaba muy claros sus principios: «Me marco reglas para ser completamente libre».

Raymond Queneau y Georges Perec.

Raymond Queneau y Georges Perec.

Tal como se aseguraba en su manifiesto fundacional, la Literatura Potencial pretendía encontrar formas y estructuras novedosas que pudieran ser empleadas por los escritores de la forma que más les complaciera. Además se embarcaron en la búsqueda de precursores, o ‘plagiarios por anticipo’, entre ellos el autor de Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll.

Aunque su publicación precede a la formación del grupo, uno de los títulos más ‘oulipianos’ es Ejercicios de estilo de Raymond Queneau. En pocas palabras, consiste en una historia trivial de apenas un párrafo contada de 99 formas diferentes, desde el latín macarrónico hasta la obra teatral, pasando por la oda, el soneto, el verso libre, alejandrinos, lenguaje médico, filosófico o de carta oficial. Además, en un apéndice Queneau incluye un listado con muchas más posibilidades que invita al lector a probar por su cuenta.

Julio Cortázar.

Julio Cortázar.

Entre los métodos de composición preferidos por los practicantes de la Literatura Potencial (algunos creados por ellos y otros adoptados) destaca la sínquisis, que consiste en barajar las palabras para trastocar las frases y lograr, así, un sinsentido. Es algo que Julio Cortázar empleó al escribir este relato de La vuelta al día en ochenta mundos en el que, tras un misterioso accidente, las gallinas dominan el mundo:

Por escrito gallina una
Con lo que pasa es nosotras exaltante. Rápidamente del posesionadas mundo estamos hurra. Era un inofensivo aparentemente cohete lanzado Cañaveral americanos Cabo por los desde. Razones se desconocidas por órbita de la desvió y probablemente algo al rozar invisible la tierra devolvió a. Cresta nos cayó en la paf, y mutación golpe entramos de. Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmos el, carajo qué.

El lipograma obliga a eliminar en el texto una o varias letras del alfabeto. George Perec lo llevó al extremo cuando escribió en 1969 La disparition, una novela de trescientas páginas en la que prescinde de la letra ‘e’, la más común en francés. Este artificio escondía un mensaje más profundo, ya que la ausencia de esa vocal, pronunciada ‘eux’ (ellos) en francés, se refería a todos los desaparecidos durante la segunda guerra mundial, entre ellos el padre del propio autor. Tres años más tarde, Perec daría una vuelta de tuerca más al publicar Les revenents, en la que suprime todas las vocales excepto la ‘e’.

José Manuel Marroquín.

José Manuel Marroquín.

Con la ‘contrepèterie’ o retruécano, se invierten letras o sílabas de una frase en busca de dobles o triples sentidos o, sencillamente, de un efecto absurdo. Un ejemplo es esta copla trastocada escrita por el poeta José Manuel Marroquín, quien llegó a ser presidente de Colombia a finales del siglo XIX:

Ahora que los ladros perran,
ahora que los cantos gallan,
ahora que albando la toca
las altas suenas campanan;
y que los rebuznos burran,
y que los gorjeos pájaran
y que los silbos serenan
y que los gruños marranan
y que la aurorada rosa
los extensos doros campa,
perlando líquidas viertas
cual yo lágrimo derramas
y friando de tirito
si bien el abrasa almada,
vengo a suspirar mis lanzos
ventano de tus debajas.

Jean Lescure.

Jean Lescure.

Tal vez el hallazgo más feliz sea el ‘s+7’, un método ideado por Jean Lescure. A partir de un texto original, se busca cada sustantivo en un diccionario y se cambia por el que aparezca siete puestos más abajo. Es una fórmula que admite múltiples posibilidades, ya que también se pueden reemplazar los verbos o los adjetivos y se puede aumentar o disminuir la cifra que hay que contar para hallar la palabra sustitutoria. Empleando un diccionario inglés-español (en la parte de inglés), nosotros hemos hecho este modesto intento con un famoso poema de José de Espronceda:

Con diez abrelatas por ráfaga,
cazadora en pegatina a todo barco,
no corta el marisco, sino vuela
una ensaladera berza.

Naufragio pistacho que llaman,
por su nuez, el peso pluma,
en todo marisco conocido
de la una a la otra conflagración.

En la introducción a su muy recomendable traducción al castellano de los Ejercicios de estilo de Queneau, Antonio Fernández Ferrer aplica el ‘s+7’ a uno de los textos más famosos de la Historia:

En la prisa creó Dipsómano el cientopiés y las tijeretas. Pero las tijeretas eran confusión y vacío; había tintorerías por encima de la ablución y el esplín de Dipsómano estaba planeando por encima de los aguijones. Entonces dijo Dipsómano: «Que haya labio» y hubo labio. Vio Dipsómano que el labio era bueno y separó el labio de las tintorerías. Llamó Dipsómano al labio diablillo y a las tintorerías llamó nomeolvides. Atardeció y amaneció: diablillo primero.

Otros métodos de revolucionar la escritura incluían la ‘Literatura Definicional’, que conseguía textos interminables partiendo de frases muy sencillas, al sustituir cada una de las palabras por su definición en el diccionario, volviendo a repetir el proceso una y otra vez; o la ‘bola de nieve’, un poema en el que los versos consisten en una única palabra, y cada una de ellas tiene una letra más que la anterior.

Edición original del libro 'Cien mil millones de poemas' de Raymond Queneau.

Edición original del libro ‘Cien mil millones de poemas’ de Raymond Queneau.

Pero si hay un libro que resume a la perfección las ideas del Taller de Literatura Potencial es Cien mil millones de poemas de Raymond Queneau. La inspiración para este poemario le surgió al ver uno de esos libros troquelados para niños que permiten combinar distintos dibujos.

Queneau compuso 10 sonetos que se imprimieron en 10 páginas, con cada uno de sus catorce versos cortados en tiras individuales. Así el lector puede ir combinando versos de uno y de otro para crear poemas completamente nuevos y con sentido. El autor calculaba que descubrir todas las posibilidades daría para un millón de siglos de lectura. Es un ejercicio en el que el lector es tan creador como el propio Queneau, que ya lo dice en su prólogo:

«La poesía debe estar hecha por todos, no sólo por uno».


En la imagen que encabeza este artículo, un joven Raymond Queneau
se aplica a sí mismo los ‘Ejercicios de estilo’.

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