Cuatro poemas de John Koethe
El poeta norteamericano John Koethe (1945) ha publicado once libros de poesía y ha recibido el Premio de Poesía Lenore Marshall, el Premio de Poesía Kingsley Tufts y el Premio de Poesía Frank O’Hara. También ha publicado libros sobre Ludwig Wittgenstein, el escepticismo filosófico y la poesía, así como la reciente colección de ensayos ‘Thought and Poetry’ (Pensamiento y poesía). Es Profesor Emérito de Filosofía en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee.
Os ofrecemos aquí cuatro poemas extraídos de su último libro, ‘Beyond Belief’ (Inimaginable), editado a finales de 2022 y destacado por la crítica de su país como una de las mejores colecciones de poesía de ese año. Las traducciones al castellano son de Ángel Salguero.
¿QUÉ ERA LA POESÍA?
Odio la Navidad, pero odio aún más
a la gente que odia la Navidad
JAMES SCHUYLER
Nadie lo sabía en realidad, aunque todos sabían lo que debía ser;
y ahora no es más que una forma de ser famoso a pequeña escala.
Se suponía que tendría importancia por sí misma,
aunque eso nunca fue del todo cierto: los sentimientos humanos
se entrometieron porque, aunque fuese posible permanecer impasible
ante tanto lenguaje, nadie estaba dispuesto en realidad:
Querían hablar de ella, explicar lo que les había mostrado,
como si el mundo estuviese incompleto antes de que la poesía lo llenara.
Y ya no queda nada que ver: oh, los poemas van y vienen
y todo el mundo se queja de ellos, pero donde antes había
discusiones ahora sólo existe reconocimiento e indiferencia,
un elogio mesurado al que sigue el olvido. Yo tengo tanta culpa
como el que más: en lugar de leer, releo; en lugar de ver,
recuerdo; y en lugar de dejar que hable el silencio
lo lleno de cháchara, como si la última palabra pudiese ser
cualquier otra cosa.
Y aun así, a pesar de todo, importa. A veces en mitad
de esta larga preparación para la muerte regresa aquella soledad inicial
y el mundo parece real y vivo mientras asume su opuesto.
Creo que la duda es el pensamiento más auténtico,
pero ¿a quién pretendo engañar aparte de a mí mismo? Espero que haya
alguien, que lance su hechizo más allá del pequeño cono de luz
que flota sobre mi escritorio, y que lo que comenzó una noche
en silencio hace tanto tiempo no acabe así. Imagino
que la escucho en algún lugar en el ámbito de lo posible,
pero sólo de vez cuando, en los intervalos entre respiraciones.
LAYLA
Nunca me han gustado Cream o las canciones de Eric Clapton,
aunque su guitarra pueda partirme el corazón, como en ‘Layla’,
y no por la canción. Susan y yo fuimos a la boda
de una amiga, cuyo nombre se me escapa, y su prometido
Butchie, en una iglesia de cuento en Cape Cod que aún recuerdo.
Había bancos y votos, esmóquines y un vestido de boda
mientras bajaban los escalones de la iglesia, sonrientes, blandiendo
un ramo, con ‘Layla’ sonando de fondo como un himno de celebración,
presagiando una felicidad que no llegaría, porque un accidente de camión
dejó paralítico a Butchie y ella “se dio a la mala vida” (E.B.).
Apenas los conocí más allá de mi recuerdo de la canción, pero me basta.
Es curioso cómo surgen de forma tan privada estas asociaciones aleatorias
que acaban definiendo tu mundo, como si su naturaleza subyacente fuese el azar.
Es curioso que lo que de verdad sucede —como la boda y el convite
del que probablemente me quejé como el cansino que soy—
pierde toda importancia, mientras lo que persiste años después en tu mente
son trazas de un sentimiento del que entonces ni siquiera fuiste consciente.
Cuando Diane y yo nos casemos el año que viene (algo que nadie sabe)
no habrá arroz ni ramos ni blanco, a los sesenta y setenta y tres años
respectivamente, pero después de casi veinte años de ello habrá
aún más felicidad, o eso espero (sin camiones). Es cuestión
de amor y suerte y de una lista de canciones satisfactoria que pronto habrá que crear.
‘Good Timin’’ y ‘Archie, Marry Me’ (cantada por Betty)
están entre las candidatas, supongo. Pero no quiero ‘Layla’.
MURRAY GELL-MANN
Era mi ídolo cuando yo tenía diecisiete años
y me apasionaba la física. Desayuné con él durante
una competición de matemáticas en 1963, en un hotel de Mission Bay
en San Diego. Estaba tan deslumbrado que ni recuerdo
de qué hablamos, pero sí recuerdo su chaqueta milrayas
y lo joven que parecía. Quería ser como él,
pensar como él, saber lo que él sabía, descubrir
lo que aún no había descubierto, y miradme ahora:
Al leer hoy su obituario en el Times
me pregunté qué había sido de esa vida que antes
yo veía tan clara, sentado aquí en nuestro comedor
en Milwaukee (que para mí en 1963 no era más que un equipo de béisbol
en algún lugar en mitad del país), un poeta menor
a años luz de la física, habitando su poema.
Él vio los patrones en el caos de las partículas en cascada
que flotaban de la nada como los quarks en Finnegans Wake
para llenar las aperturas en algún grupo de Lie que bautizó como
el Camino Óctuple,
que no tenían razón de ser más allá de ese espacio. Y sin embargo ahí estaban,
como si aquellos patrones las hiciesen realidad. ¿Qué hace que algo sea real?
Antes creía que lo sabía pero ahora no. No somos nosotros, aunque no podamos dejar
de hablar de ello ya que no sabemos qué es. Antes creía
que la física lo sabía, pero ahora no tiene sentido, no por los motivos habituales
—Es extraño, cállate y calcula— sino porque no puede ser cierto
a menos que no haya nada ahí. Podría seguir, pero permitidme que lo deje allí,
en el desayuno con Murray Gell-Mann en Mission Bay en 1963.
No saqué nada de aquello, aunque recuerdo que escribí al presidente
del MIT para preguntar si debería ir primero allí y luego a Caltech,
o al revés. Él contestó diciendo que le parecía bien de una u otra manera.
Hay cosas ocultas para nosotros, no porque no sepamos lo que son,
sino porque resultan inconcebibles hasta que suceden, como el futuro.
La luz de la mañana en nuestro comedor posee la inevitabilidad
de lo ordinario, aunque hace cincuenta y siete años eran tan irreal
como yo entonces, tan inimaginable como es ahora aquella vida que tuve.
A veces creo que sólo existe el pasado. A veces creo lo contrario,
que sólo el ahora es real. El futuro, sin embargo,
no deja de ser una abstracción, incluso cuando sabemos qué va a suceder,
como la muerte,
sobre todo la muerte. Se suponía que habría en esta silla otra persona diferente.
¿Dónde ha ido a parar? ¿A ninguna parte, ese destino universal?
No es una pregunta de verdad,
aunque lo parezca. Es sólo una sensación de perplejidad
y de calma ante el recuerdo que me vino esta mañana de alguien
que fui y de alguien que iba a ser mientras leía
el obituario de Murray Gell-Mann aquí en nuestro comedor en Milwaukee.
MUNDOS SUFICIENTES Y TIEMPO
Será presuntuoso, pero si estás leyendo esto
seguro que conocerás mis obsesiones y preocupaciones habituales:
El “mundo” —tanto la palabra como lo que representa— y el tiempo,
que puede o no ser real, según mi estado de ánimo. Nunca me han gustado
los poemas sobre filosofía, y confío en que aún sea así,
pero puesto que ya no sé qué quiere decir eso, aquí estoy,
meditando otra vez sobre mis finales y mis principios,
como si estar vivo sólo implicase preguntarse por lo que eran,
mientras al mismo tiempo habito tres mundos: el mundo privado
que coexiste con mi vida y acaba con ella; el mundo
que todos habitan, ajeno a lo que cualquiera
sienta o crea; y detrás de ellos, el más problemático
que se extiende por el tiempo de una forma que hace difícil
comprender cómo los otros dos pueden ser reales.
Entretanto estoy en la terraza con una bebida en la mano,
mirando las hojas de los árboles. Si fuera otro tipo de poeta
subrayaría el contraste con una ironía lacerante y lo dejaría ahí,
pero ni lo soy ni lo voy a hacer. La gente escribe libros sobre
filosofía y física
que en teoría deberíamos comprender aunque no es así,
y nadie se queja.
La vida es más compleja que cualquiera de ellas, ya que las
contiene a ambas y, sin embargo, los poemas,
que sólo son la vida enunciada, tienen que ser tan claros como
la luz del día
para cualquiera que se tome el tiempo de leerlos a la carrera.
Cuando me preguntan
de qué van mis poemas, contesto que de lo que me pasa por la mente,
porque la vida
supone que te pase algo por la mente, lo entiendas o no.
Ahora mismo es la idea de que mientras fluye por el tiempo, el mundo
no deja de dividirse en versiones de sí mismo, igual que yo: una idea
que en teoría es
pura matemática, aunque no tengo ni idea de lo que significa.
Sea lo que sea lo que existe más allá de la página de la mente, hay
un lugar oculto a nosotros donde no existimos en absoluto. Imagino
que nos rodea, aunque por definición no lo sepamos en realidad.
Esta tarde fui a una charla sobre el singular concepto de Dios
con el que les encanta jugar a los filósofos de la religión, aunque
no me quedé al debate porque no me apetecía jugar. Crecí creyendo
en algo así; luego desapareció. Las teorías deben responder
tanto ante nuestros mundos privados como los públicos, y esa no lo hizo.
A veces me pregunto si el mundo oculto en el que creo no estará condenado
también a desvanecerse al no poder incorporar a los otros, igual que la mente
de setenta y tres años es incapaz de entender la conciencia infantil
que una vez fue
y ya no puede ni imaginar. Encerrado en la imaginación
o liberado de ella, siempre estás limitado a lo que tú comprendes y percibes,
y que con el paso de los años es cada vez menos hasta que al final
no te queda nada nuevo que decir. Espero que algún día den con ello
aunque yo ya no estaré. Por ahora, me contento con sentir
que es algo que no entiendo, sentado aquí en la terraza
bajo los árboles y un cielo azul despejado, mirando las hojas
y viviendo dentro de los límites. En cualquier caso, es lo que me apetece hacer.