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Descubriendo a la verdadera Emily Dickinson


Ana Mañeru, autora junto a María-Milagros Rivera de la última traducción al castellano de la obra completa de esta poeta norteamericana, explica a Poética 2.0 su viaje a través del tiempo para separar a la mujer y la artista del mito y las mentiras que rodean su figura

ÁNGEL SALGUERO
Hay voces que se escapan de la página escrita, palabras, frases, versos con tanta fuerza y tanta energía que salvan el tiempo y la distancia, tan vivos como en el instante en que fueron escritos por primera vez. Leerlos es sentir la presencia, casi física, de sus autores. Así sucede con los poemas de Emily Dickinson (1830-1886), una de las grandes poetas norteamericanas, cuya extensa obra fue creciendo a lo largo de los años fuera de la vista del público: «Esta es mi carta al mundo, / que nunca me escribió», aseguró. Y en esa ‘carta’, con un lenguaje y unos recursos de una modernidad asombrosa, describió la pasión, la sorpresa, la curiosidad, la incertidumbre, el miedo y la alegría que la acompañaron toda su vida.

La historia oficial la retrata como una excéntrica solterona que pasó los días encerrada en su habitación de la residencia paterna, perdida en sus ensoñaciones. Pero como la también poeta Ana Mañeru ha podido descubrir, la historia oficial no cuenta toda la verdad. Ella lleva ya más de dos décadas bajo el embrujo de Emily Dickinson y es la autora, junto a María-Milagros Rivera, de la traducción al castellano de su obra completa publicada en edición bilingüe por Sabina Editorial. [Ya están disponibles el primero, segundo y tercer volúmenes].

Ana Mañeru.

«La conocí gracias a una edición de Cátedra que me regalaron», afirma. «Y me gustaba mucho lo que decía, pero me chocaba la traducción. Eso es lo que me inquietó. Después comencé a comprar más libros y en todas las introducciones y los prólogos lo primero que hacían era contar lo mismo, como si se calcaran los unos de los otros: la historia de una mujer muy rara, recluida, enamorada de un clérigo que había visto una vez en su vida y que se dedicó a vivir en casa de sus padres con este amor platónico».

Algo no encajaba. «Al leer los poemas», explica Mañeru, «me chirriaba todo, no me parecía que aquello fuera posible. Empecé a investigar y a estas alturas me he leído casi todo lo que se ha publicado sobre ella. También decidí comenzar a traducir por mi cuenta, y al principio no pensaba en llegar a hacer todos los poemas, pero a medida que avanzaba, me iba enganchando cada vez más».

Y fue en ese momento, señala, cuando se dio cuenta de que necesitaba ayuda: «Yo no soy filóloga, soy poeta nada más, y sólo lo digo porque escribo poesía. Me superaba un poco la traducción completa de las obras y recurrí a María-Milagros Rivera. Ella sí es filóloga y bilingüe, y como historiadora ha investigado mucho sobre las mujeres. Nos pusimos las dos a investigar mucho más y, hace como cinco o seis años, nos dijimos: Vamos a traducirla entera y, además, la vamos a publicar».

No hay mucha gente, se lamenta Ana Mañeru, que haya sabido ver más allá de la «leyenda falsa» que se ha montado en torno a la vida de Emily Dickinson. «Nosotras sí nos pusimos a mirar, y encontramos algunas cosas. Lo primero es que no solamente no estaba enamorada de un clérigo, sino que todos sus poemas de amor —y hay muchísimos, ardientes, preciosos y muy sensuales— eran para su cuñada, Susan Huntington Gilbert Dickinson. Descubrimos que ella, que vivía al lado de su casa y se había casado con su hermano, fue en realidad el amor de su vida. Toda la vida tuvieron una historia de amor y Emily le dedicó más de trescientos poemas. Para el clérigo no hubo ninguno», afirma.

Susan Gilbert.

Susan se convirtió en «su medida» para la literatura y la poesía: «Intercambian lecturas, ella le corregía cosas, le hacía sugerencias… y así fue hasta que murió Emily Dickinson. Y mientras tanto, el hermano tuvo una amante [Mabel Loomis Todd], que fue la primera que quiso editar los poemas de Dickinson», explica Mañeru.

Una de las cosas que hace «única» su poesía es, apunta su traductora al castellano, su «estilo modernísimo, incluso para ahora. Pero es difícil de traducir y de leer y hay una tendencia a suavizarla. En Estados Unidos, donde es muy famosa, se enseña en las escuelas, pero justo cogen los poemas más dulces, o los que no sorprenden. Incluso hay gente que durante años le ha quitado sus recursos estilísticos y formales, que consisten por ejemplo en una manera de puntuar muy distinta de lo habitual. Al leer resulta en un estilo que algunos han llamado espasmódico, y es verdad: Es como a golpes, pero son golpes que te sacuden en la conciencia Si eso lo suavizas y empiezas a añadir artículos o adjetivos, entonces le quitas la mitad». También, añade Mañeru, «escribe con mayúscula todas las palabras que son significativas para ella, como Muerte, Vida o Amor, y hay gente que las pone en minúscula, o que le quita esos guiones que son como paradas muy abruptas».

Portada de uno de los volúmenes en castellano de la obra completa de Emily Dickinson en traducción de Ana Mañeru y María-Milagros Rivera.

En realidad, afirma, han sido las mujeres feministas en Estados Unidos las que han impulsado la actual revisión de la biografía ‘oficial’ de Emily Dickinson. «Las universidades que custodiaban sus manuscritos apenas solían dejarlos ver. Ahora muchos de los poemas están digitalizados y se pueden consultar en internet, aunque esto sólo ha sido así desde 2013. Durante más de cien años fueron propiedad privada, con lo cual la leyenda no hizo más que perpetuarse».

Otro descubrimiento que provocó «angustia y disgusto» a las traductoras fue la certeza de que Dickinson describe en algunos de sus poemas haber sido víctima del incesto. «Cuando la gente pregunta cómo lo sabemos, pues no es porque ella me lo haya contado, pero lo ha dejado escrito en sus versos. Es algo que otras autoras americanas también afirman, aunque cuesta mucho decirlo». Mañeru y Rivera acaban de publicar, precisamente, una breve antología llamada ‘Poemas del incesto’. «Le pusimos el subtítulo de uno de sus poemas, ‘Ese día sobrecogedor’, y hemos recogido más de treinta poemas que hablan claramente del incesto. Su vida claramente está tocada por eso y se ha interpretado como que estaba enferma, que tenía una enfermedad nerviosa o epilepsia… Pero lo que tenía era un shock grande y a la vez una genialidad para expresarlo».

Al trasladar su poesía al castellano, la intención ha sido, según Mañeru, «ser lo más fieles posible a lo que ella dice, no inventarnos nada. Incluso aunque en castellano suene fuerte. No sé si lo habremos hecho bien o mal, pero desde luego sí la hemos respetado al máximo».

Lo importante, concluye, es leerla «dejándose llevar, sabiendo de antemano que es una poeta singular y distinta. Aventurarte porque, cuando lo haces, te enamoras de ella. Y yo lo veo a menudo: tengo, por ejemplo, un club de lectura en el que sólo leemos a Emily Dickinson. Es la poeta que más temas ha abarcado, como una especie de filósofa, mística, teóloga, científica… Y además no copia a nadie. Es única».

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