Diez poemas de otoño: ‘Una decadencia de hermosura’
«Aprovechemos el otoño», decía Mario Benedetti. Y ese es nuestro propósito: ahora que la estación ya frunce «su tul de hojarasca sobre el suelo», en palabras de Miguel Hernández, queremos celebrarla con diez poemas llenos de árboles amarillos, crepúsculos, hojas áureas y esa «decadencia de hermosura» que describe aquí Juan Ramón Jiménez.
Diez poemas para el otoño
Otoño — Juan Ramón Jiménez
Esparce octubre, al blando movimiento
del sur, las hojas áureas y las rojas,
y, en la caída clara de sus hojas,
se lleva al infinito el pensamiento.
Qué noble paz en este alejamiento
de todo; oh prado bello que deshojas
tus flores; oh agua fría ya, que mojas
con tu cristal estremecido el viento!
¡Encantamiento de oro! Cárcel pura,
en que el cuerpo, hecho alma, se enternece,
echado en el verdor de una colina!
En una decadencia de hermosura,
la vida se desnuda, y resplandece
la excelsitud de su verdad divina.
En este poema de su primera etapa, Federico García Lorca utiliza unas imágenes muy hermosas para pintar en sus versos los colores del otoño tal como los percibirían unos ojos infantiles.
Paisaje — Federico García Lorca
A Rita, Concha, Pepe y Carmencica.
La tarde equivocada
se vistió de frío.
Detrás de los cristales,
turbios, todos los niños,
ven convertirse en pájaros
un árbol amarillo.
La tarde está tendida
a lo largo del río.
Y un rubor de manzana
tiembla en los tejadillos.
El otoño llega casi en silencio, escribe aquí Ángel González, dejando a su paso el recuerdo de lo vivido en ese «verano obstinado» que se resiste a darse por vencido y que tal vez ya nunca regrese.
El otoño se acerca — Ángel González
El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.
Y lo perdimos para siempre.
El inevitable paso del tiempo, y de las estaciones, deja su marca. Así lo expresa Rubén Darío, dando voz a un «pobre árbol».
De otoño — Rubén Darío
Yo sé que hay quienes dicen: ¿por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Ésos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.
Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover mi corazón!
«Todo es crepúsculo», escribe Miguel Hernández en un poema en el que la llegada del otoño no sólo enfría el ambiente, sino también el corazón:
Otro otoño triste — Miguel Hernández
Ya el otoño frunce su tul
de hojarasca sobre el suelo,
y en vuelo repentino,
la noche atropella la luz.
Todo es crepúsculo,
señoreando en mi corazón.
Hoy no queda en el cielo
ni un remanso de azul.
Qué pena de día sin sol.
Qué melancolía de luna
tan pálida y sola,
ay que frío y ay que dolor.
¿Dónde quedó el calor
del tiempo pasado,
la fuerza y la juventud
que aún siento latir?
Se fue quizás con los días cálidos,
de los momentos que a tu lado viví.
Y así esperando tu regreso,
otro otoño triste ha llegado sin ti.
Al pensar en el otoño es inevitable pensar también en el transcurrir del tiempo y el ciclo de la vida. Mario Benedetti insta aquí a aprovechar cada momento.
Otoño — Mario Benedetti
Aprovechemos el otoño
antes de que el invierno nos escombre
entremos a codazos en la franja del sol
y admiremos a los pájaros que emigran
ahora que calienta el corazón
aunque sea de a ratos y de a poco
pensemos y sintamos todavía
con el viejo cariño que nos queda
aprovechemos el otoño
antes de que el futuro se congele
y no haya sitio para la belleza
porque el futuro se nos vuelve escarcha
En uno de sus famosos sonetos, William Shakespeare describe cómo —a pesar de hallarse en el otoño de sus años— los ojos de su amante aún perciben en él «destellos» del fuego que ardió en su juventud.
Soneto 73 — William Shakespeare
En mí contemplas ese mes en que de oro
las hojas, o ninguna, o pocas, pendulean
de ramas que tiritan con el frío, coro
ruinoso en que tardíos pájaros gorjean.
En mí tú ves aquella luz del día
que por poniente deja apenas una huella,
hurtada poco a poco por la noche fría
que, otro yo de la muerte, todo en paz lo sella.
En mí tú ves como destellos de ese fuego
que en las cenizas de su juventud se acuesta,
como lecho de muerte en que a expirar va luego,
tragado por aquello que nutrió su fiesta.
Y esto que miras a tu amor lo hace más fuerte
a amar lo que no mucho tardará en perderte.
(Traducción de Agustín García Calvo)
Este mes de octubre se cumple un año de la muerte de Louise Glück, que recibió el Premio Nobel de Literatura en 2020. Aquí reflexiona con su hermana, ya entonces fallecida, sobre la juventud, la vejez y el peso de la memoria. Fort / Da es como bautizó Sigmund Freud el juego que hacia su nieto de 18 meses con un carrete de lana, tirándolo desde su cuna y volviéndolo a recoger.
Otoño — Louise Glück
La parte de la vida
dedicada a la contemplación
chocaba con la parte
volcada en la acción.
Se acercaba el otoño.
Pero recuerdo
que siempre se acercaba
una vez acababa el colegio.
La vida, dijo mi hermana,
es como una antorcha que pasa
del cuerpo a la mente.
Por desgracia, añadió, la mente no está
allí para recibirla.
Caía el sol.
Ah, la antorcha, dijo.
Se ha apagado, creo.
Sólo cabe esperar que aún parpadee.
fort/da, fort/da, como el pequeño Ernst
lanzando su juguete fuera de la cuna
y luego arrastrándolo de vuelta. Una lástima,
dijo, que aquí no haya niños.
Podríamos aprender de ellos, como hizo Freud.
A veces nos sentábamos
en bancos fuera del comedor.
El aroma de las hojas ardiendo.
Personas mayores y fuego, decía.
Mala combinación. Prenden fuego a sus casas.
Cuánto pesa mi mente,
repleta del pasado.
¿Queda sitio para que penetre el mundo?
Debe ir a alguna parte, no puede quedarse en la superficie.
Las estrellas brillan sobre el agua.
Las hojas, apiladas, esperan arder.
Intuición, dijo mi hermana.
Ahora está aquí.
Pero es difícil de ver en la oscuridad.
Debes encontrar tu equilibrio
antes de pisar.
(Traducción de Ángel Salguero)
Y mientras Manuel Machado utiliza el ambiente otoñal como un espejo en el que se refleja su silueta solitaria…
Otoño — Manuel Machado
En el parque, yo solo…
Han cerrado
y, olvidado
en el parque viejo, solo
me han dejado.
La hoja seca,
vagamente,
indolente,
roza el suelo…
Nada sé,
nada quiero,
nada espero.
Nada…
Solo
en el parque me han dejado
olvidado,
…y han cerrado.
…Raymond Carver, por otra parte, disfruta de una soledad buscada en la que se pierde, y quizá también se encuentra, a sí mismo.
Atardecer — Raymond Carver
Fui solo a pescar aquel lánguido atardecer de otoño.
Seguí pescando mientras avanzaba la oscuridad.
Sentí una pérdida excepcional y después
una alegría excepcional cuando subí al bote
un salmón plateado y coloqué una red bajo el pescado.
¡Corazón secreto! Cuando miré el agua en movimiento
y el oscuro perfil de las montañas
tras la ciudad, nada indicaba entonces
que sufriría este anhelo
de regresar una vez más, antes de morir.
Lejos de todo y lejos de mí mismo.
(Traducción de Ángel Salguero)