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El juego de espejos de Valle-Inclán

El callejón del Gato es un pasaje peatonal encajado en el corazón del Madrid antiguo, a pocos pasos de la Puerta del Sol. En esa callejuela, repleta ahora de restaurantes y tabernas, un comerciante instaló a principios del siglo XX dos espejos deformantes como reclamo para atraer clientes. «Todos los madrileños que ya no somos muy jóvenes hemos ido a mirarnos alguna vez a los espejos de la Calle del Gato, alboroto infantil permanente, atracción de paseos ciegos y sin rumbo por la ciudad», dijo el lingüista y académico Alonso Zamora Vicente. Así los describía, por su parte, Ramón Gómez de la Serna: «Calzados en la pared y del tamaño del transeúnte de estatura regular, [los] dos espejos, uno cóncavo y otro convexo, deformaban en don Quijote y Sancho a todo el que se miraba en ellos».

Dibujo de 1905 que reproduce los espejos del Callejón del Gato en Madrid.

Dibujo de 1905 que reproduce los espejos que había entonces en el Callejón del Gato en Madrid.

La imagen que devolvían esos espejos se convertiría para Ramón María del Valle-Inclán en la metáfora de una España que él, a través de su personaje Max Estrella, veía como una «deformación grotesca de la civilización europea». El protagonista de Luces de Bohemia, un poeta ciego y acabado que pasa sus últimas horas peregrinando por el Madrid más turbio, formulaba así las bases del Esperpento:

MAX: Los ultraístas son unos farsantes. El esperpentismo lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato.

DON LATINO: ¡Estás completamente curda!

MAX: Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.

DON LATINO: ¡Miau! ¡Te estás contagiando!

MAX: España es una deformación grotesca de la civilización europea.

DON LATINO: ¡Pudiera! Yo me inhibo.

Max Estrella (Paco Rabal) y Don Latino (Agustín González) en una adaptación al cine de 'Luces de Bohemia' (1985).

Max Estrella (Paco Rabal) y Don Latino (Agustín González) en una adaptación al cine de ‘Luces de Bohemia’ (1985).

MAX: Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.

DON LATINO: Conforme. Pero a mí me divierte mirarme en los espejos de la calle del Gato.

MAX: Y a mí. La deformación deja de serlo cuando está sujeta a una matemática perfecta. Mi estética actual es transformar con matemática de espejo cóncavo las normas clásicas.

DON LATINO: ¿Y dónde está el espejo?

MAX: En el fondo del vaso.

DON LATINO: ¡Eres genial! ¡Me quito el cráneo!

MAX: Latino, deformemos la expresión en el mismo espejo que nos deforma las caras y toda la vida miserable de España.

DON LATINO: Nos mudaremos al callejón del Gato.

Nacido en Vilanova de Arousa el 28 de octubre de 1866, Valle-Inclán empleó también ese juego de espejos en su propia biografía, deformando los hechos hasta hacer de su vida una obra de arte. Esa existencia nebulosa, a medio camino entre ficción y realidad, comenzó un día de julio de 1899 en el ya desaparecido Café de la Montaña de Madrid, entre la calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo.

Imagen del interior del Café de la Montaña.

Imagen del interior del Café de la Montaña.

Valle-Inclán nunca rehuía una discusión —hasta el punto de llegar a retarse en duelo— y era de los que disfrutaban teniendo la última palabra. En aquella ocasión, tal como relataron las crónicas de la época, «pidió un café con leche y una botella de agua y se sentó a la mesa, donde se estaba dando conversación compuesta por el editor Ruiz Castillo, Jacinto Benavente, el cronista Manuel Bueno y el pintor Paco Sancha». La tertulia giraba alrededor del duelo entre un aristócrata andaluz y un caricaturista portugués que, días atrás, se habían enzarzado a cuenta del valor personal de españoles y portugueses.

Manuel Bueno Bengoechea.

Manuel Bueno Bengoechea.

Los ánimos se encresparon hasta tal extremo en el Café de la Montaña que Manuel Bueno agarró su bastón con barra de hierro y se encaró con Valle-Inclán, que blandía la botella de cristal llena de agua. El cronista descargó un bastonazo contra su adversario, que alzó instintivamente el brazo izquierdo para protegerse. El impacto le destrozó los huesos cúbito y radio, una fractura imposible de tratar en aquella época. El único remedio posible, la amputación. Según algunas versiones, Valle-Inclán aceptó perder el brazo pero pidió que no se le cloroformizara. Otros aseguran que llegó a afeitarse parte de la barba para poder ver con todo detalle la operación mientras se fumaba un puro habano. A su regreso al Café de la Montaña, demostró no guardarle ningún rencor a Manuel Bueno. «Tranquilo», le dijo, «que el brazo de escribir es el derecho».

Más tarde, disfrutaría alimentando la leyenda. Unas veces contaba que le había mordido un león; otras, que las heridas recibidas en una pelea contra el bandido mexicano Quirico habían obligado a amputar. Y aún, una noche más en el Café de la Montaña, relató cómo durante su estancia en un palacio gallego, el sirviente le informó de que no quedaban víveres para preparar un estofado. Valle, de acuerdo con su relato, le instó a que trajese un cuchillo y arremangándose le espetó: ¡Corta un buen trozo de esto!. «En esta casa nunca faltará la comida», sentenció.

Valle-Inclán, ya con un solo brazo.

Valle-Inclán, ya con un solo brazo.

Manuel Alberca, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Málaga, publicó en 2015 La espada y la palabra (Tusquets), una exhaustiva biografía de Valle-Inclán que intenta ver más allá de las «pistas falsas» y «levantar un relato veraz que saque al escritor de ese limbo de irrealidad en que lo ha confinado y distorsionado la leyenda».

Portada del libro de Manuel Alberca.

Portada del libro de Manuel Alberca.

Otros intentos anteriores, como la biografía escrita por Ramón Gómez de la Serna en 1944, sólo sirvieron para hacer más difícil aún el distinguir entre la persona y el personaje. «Construyó con calculada estrategia e hizo un retrato de sí mismo repartido entre la invención, la leyenda y el humor. A cualquiera que se acerque a él le obliga a calibrar continuamente los datos de su vida que él facilita. Todo sostenido en mentiras y medias verdades», asegura Alberca.

Para empezar, aunque tuvo épocas difíciles, en ningún momento fue pobre ni tampoco compartió la vida miserable de algunos de sus personajes. En palabras de Antonio Machado, «nunca fue Don Ramón, ni aún en los tiempos de mayor penuria, un bohemio a la manera desgarrada, maloliente y alcohólica de su tiempo». Y según Alberca, «trabajó en la creación y difusión de sus obras, disponía de tiempo y dinero para divertirse y tenía una red de amigos y círculos burgueses».

Además, desempeñó diversos empleos públicos y obtuvo prebendas, entre ellas su nombramiento en 1916 como catedrático de Estética en la Escuela de Pintura, Grabado y Escultura de Madrid. Entonces residía en Galicia, pero ello no impidió que siguiera cobrando sin presentarse a trabajar. Así, sin moverse de casa, consiguió dinero suficiente para mantener a su mujer y a sus cinco hijos. Tiempo después sí se desplazaría para desempeñar los cargos de conservador del Patrimonio Artístico Nacional o la presidencia del Ateneo de Madrid, de los que dimitiría a los pocos meses.

Políticamente se movió por el filo de la contradicción. Su rechazo a la dictadura de Primo de Rivera y su participación como fundador en la Asociación de Amigos de la Unión Soviética convivieron con la admiración que manifestó por el fascismo italiano: «En toda la política de Mussolini impera el sentido de la universalidad. Si pudiera llegar a haber unos estados europeos o cuando menos unos Estados Unidos de Europa, no podría haber otra capital que Roma», afirmaría. Según Manuel Alberca, «su ideología era tradicionalista y su idiosincrasia es lo que hoy sería de derechas. Su militancia carlista no era solo estética y fue activo muchos años. Llegó a decir: ‘¿Para qué más libertad?’ o ‘¿La República? Que la defiendan quienes la necesiten».

El escritor en su casa de Madrid, a principios de la década de los 30.

El escritor en su casa de Madrid, a principios de la década de los 30.

Enfermo de cáncer, la muerte le encontró la Noche de Reyes de 1936, en un sanatorio de Santiago de Compostela. Como relata el poeta Luis Antonio de Villena, eran los momentos de máxima tensión entre las ‘dos Españas’. Se dice que Valle-Inclán ni se confesó ni recibió la extremaunción, ya que su hijo y sus amigos de izquierdas vigilaron para que no se le acercara ningún cura. El día del entierro, bajo una intensa tromba de agua, cuentan que un joven se abalanzó sobre el féretro para arrancarle el crucifijo, precipitándose al barrizal en el fondo de la tumba. Algunos dicen también que ese joven acabaría siendo fusilado por los franquistas, aunque en ninguna de las crónicas del entierro que aparecieron en prensa se hacía referencia al incidente.

Ocho décadas después el espíritu de Valle-Inclán sigue vivo en el eco de sus palabras en los teatros, en los recorridos por el Madrid bohemio de Max Estrella que hasta hace poco organizaba todos los años la Irreal Academia del Esperpento… y en los espejos del Callejón del Gato, destrozados por unos vándalos en 1998 y sustituidos ahora por dos réplicas de plástico que siguen sirviendo a la metáfora de una España que no se reconoce en el reflejo.

La estatua de Valle-Inclán en el Paseo de Recoletos de Madrid.

La estatua de Valle-Inclán en el Paseo de Recoletos de Madrid.

FUENTES:

Madrid a Fondo: Los espejos cóncavos y convexos, el Esperpento y el Callejón del Gato
La Cultura del XIX al XX en España: Curiosidades de Valle-Inclán
ABC: La verdadera historia por la que Valle-Inclán quedó manco en un café de la Puerta del Sol
ABC: Valle-Inclán, 77 años sin el gran capitán lírico de la literatura española
EL MUNDO: Valle-Inclán, enigma descifrado
EL PAÍS: Todas las máscaras de Valle-Inclán
EL PAÍS: El esperpento vuelve a reflejarse en el ‘callejón del Gato’
Crónica Popular:
El Cultural: reseña de ‘La Muerte de Valle-Inclán’ por Luis Antonio de Villena

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