La ciencia de la poesía
La poesía y la ciencia son más similares de lo que pudiera pensarse. Ambas comparten un componente de intuición, exigen un salto al vacío y romper las reglas para llegar a hallazgos inesperados. Se trata de formas, tal vez complementarias, de interrogar al mundo en busca de nuevas perspectivas. Ambas precisan de todos nuestros sentidos, reclaman nuestra atención.
«La ciencia ha estimulado poderosamente la imaginación contemporánea», escribía el poeta y científico David Jou en la presentación de la exposición Ciencia y poesía, organizada en 2014 por la Universidad Autónoma de Barcelona. «Construir puentes y fomentar complicidades entre ciencia y humanismo es una de las urgencias de la cultura actual», señala Jou, autor de una quincena de libros de poemas y catedrático de Física, además de investigador de aspectos históricos y culturales de la ciencia y de sus relaciones con la poesía o la teología. Sus ideas quedan reflejadas en este poema dedicado a la teoría de la relatividad de Albert Einstein:
E = mc2
«Esta fórmula me gusta: es breve y contundente,
es nueva y es audaz, es sencilla y cuesta de comprender;
su cálculo es simple –sólo exige multiplicar–
pero nos abre a la sorpresa,
agita los fundamentos de lo que sabíamos por los sentidos y las
costumbres.
La podemos interpretar como una puerta entre la luz y la
materia;
esta fórmula me enciende, sabe a estrella;
contiene el nacimiento de la luz que nos llega del Sol;
sé que fue pesadamente material, hidrógeno que ahora es
helio y ardor,
radiación que nos alcanza y permite que veamos.
La podemos considerar como un enorme ensanchamiento de
nuestro mundo;
esta fórmula revela aún más realidad:
encierra simetrías que se rompieron
poco después de empezar la expansión del Universo:
materia y antimateria aniquilándose en luz
y renaciendo de la luz hasta que todo estuvo demasiado frío y
quedaron, como restos de un naufragio,
un océano de luz y unos pocos indicios de materia
donde ahora somos, frágilmente, inteligencia.
La podemos utilizar como una fuente para obtener energía;
esta fórmula es terrible, me aterroriza su mal uso:
la bomba, la amenaza, el miedo en que nos ha hecho vivir
por nuestro poco saber y nuestro poco amor.
Esta fórmula me fascina: es una cumbre y toca el fondo,
es un vuelo y un fundamento,
es un don y un desafío,
sabe a belleza indiferente y grandiosa».
Marie Curie, la descubridora de la radiactividad, recurrió también a la poesía para expresar los sacrificios que exigía la dedicación a la ciencia:
«¡Ah, cómo la juventud del estudiante transcurre amargamente,
mientras que a su alrededor, con eterna pasión lozana,
otros jóvenes buscan ávidamente los fáciles placeres!
¡Y no obstante, en su soledad
vive, oscura y feliz,
pues en su celda halla la fuerza
que hace inmenso el corazón!
Mas el tiempo bendito se esfuma,
pues debe abandonar el país de la ciencia
para luchar por su pan
en los grises caminos de la vida.
…Y muy a menudo, el espíritu fatigado
vuelve bajo los techos
de este rincón siempre amado por su corazón,
en donde albergaba la labor silenciosa
y en donde quedó un mundo de añoranzas».
Precisamente fue a Marie Curie a quien dedicó su poema ‘Los átomos’ el poeta alicantino Juan Gil-Albert, una reflexión sobre el sentido de la existencia a partir del rastro de vida más pequeño:
«Vivir es lo más íntimo del mundo.
Es sentir en la piel esa caricia
del aire circundante. Estar despierto.
Despierto de la muerte, estar en vivo.
Haber atravesado los confines
de la nada y venir a establecer
se
a esta zona clemente del espacio
donde la enfermedad se llama vida.
Ser entonces lo vivo, lo preciso
esta palpitación inesperada,
este ardor hecho sueño, este trastorno
de placidez, un canto, una plegaria.
Un entretenimiento delicioso
del que nunca sabremos a su hora
que fue, si fue, si era, si habrá sido».
Muchos años después, la poeta norteamericana Adrienne Rich, fascinada por la figura histórica de Curie, le dedicaría este poema:
«Vivía en los sedimentos de tierra de nuestra historia
Hoy una excavadora extrajo de un ruinoso rincón de tierra
una botella ámbar perfecta una cura de cien años atrás
para la fiebre o la melancolía un tónico
para vivir en esta tierra en los inviernos de este clima
Hoy leí algo sobre Marie Curie:
tuvo que saber que estaba enferma por la radiación
durante años su cuerpo fue bombardeado por el elemento
que ella había purificado
Al parecer negó hasta el final
el origen de las cataratas en sus ojos
la piel cuarteada y supurante en la punta de sus dedos
hasta que ya no pudo sujetar una probeta o un lápiz
Murió famosa negando
sus heridas
negando
que sus heridas provenían de la misma fuente
que su poder»
«Adrienne Rich no murió negando que sus heridas proviniesen de la misma fuente que su poder», asegura la escritora Cheryl Strayed. «De hecho, durante su vida ganó poder de esas heridas, pero Marie Curie no tuvo ese lujo. Estaba obligada a negarlo para ser quien era en su tiempo».
Federico Mayor Zaragoza, ex ministro de Educación y antiguo director general de la UNESCO, es doctor en Farmacia y autor de numerosos estudios científicos. Como poeta, ha publicado libros como El fuego y la esperanza, Voz de vida, voz debida, Alzaré mi voz o En pie de paz, en el que figura este poema:
«No podemos guardar silencio
No podemos cerrar los ojos
No podemos ni un día más
dejar de decir
alto y fuerte
lo que sentimos y pensamos.
Alto y fuerte
para que llegue
a todas partes.
Y será la brisa permanente
la que prevalezca
sobre el viento huracanado.
No podemos guardar silencio
ni cerrar los ojos,
porque todos tenemos
un futuro común.
Uno solo.
Rabat, 16 de febrero de 1998»
Otro científico, Francisco García Olmedo, catedrático ya jubilado de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad Politécnica de Madrid, describe así en su libro En el espejo de los días cómo llegó a la poesía: «Tuve la afortunada idea de que tal vez me podría desmarcar de la tradición poética, mal conocida por mí, si tomaba como fuente de inspiración de mis primeros poemas a los artículos de la revista científica Nature. Buscar poesía en una revista científica es como tratar de extraer oro del mar, pero de ahí salieron algunos de mis poemas más originales que sirvieron para romper el hielo y partir en busca de otras fuentes recónditas de inspiración». De esa inspiración nacieron poemas como este Jardín vedado (escondido poeta):
No en la sorpresa del ascenso
sino en el apogeo
la piedra conoce
su desolado paisaje
y sólo en la caída
encuentra la conciliación.
No en el tropel
sino en la quietud
de la lenta derrota
puedo imaginar
lo que no sabré de mí.
Sacié la impaciente sed
sin percibir el esplendor
de la rosaleda
o la fruta oculta
en la espesura del vino añejo.
Y ahora, con tu ayuda,
me consuelo aprendiendo
el arte menor del podador
que busca la perfección
secundaria de lo verde.
El sabio corte que corrige
mis frecuentes descuidos
y el filo de tu navaja
asentado en el uso
te delatan y me dibujan
el jardín desconocido
que ahora me vedas
pero que aspiro a disfrutar
si llego a merecerlo.
Entre los poetas fascinados por la ciencia figuran también nombres de la Generación del 27 como Rafael Alberti, que escribió el soneto A la divina proporción sobre el número áureo:
A ti, maravillosa disciplina,
media, extrema razón de la hermosura,
que claramente acata la clausura
viva en la malla de tu ley divina.
A ti, cárcel feliz de la retina,
áurea sección, celeste cuadratura,
misteriosa fontana de mesura
que el Universo armónico origina.
A ti, mar de los sueños, angulares,
flor de las cinco formas regulares,
dodecaedro azul, arco sonoro.
Luces por alas un compás ardiente.
Tu canto es una esfera transparente.
A ti, divina proporción de oro.
El portugués Fernando Pessoa fue otro de los autores que se dejó ‘seducir’ por las matemáticas como puede deducirse de este esbozo de poema:
El binomio de Newton es tan bello como la Venus de Milo.
Lo que hay es poca gente que se dé cuenta de ello.
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(El viento, afuera.)
Y es que la ciencia, al igual que la poesía, es una forma de buscar la armonía entre el caos del mundo físico. Los poetas tienen algo de descubridores, pioneros que se adentran en territorio inexplorado. Los científicos, por su parte, son también creadores y su ‘arte’ tiene una innegable cualidad estética. Así lo demostró la compositora británica Kate Bush, quien canta en este tema el número ‘Pi’: