La pasión de Federico García Lorca
ENRIQUE BALLESTA
Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros, provincia de Granada, el 5 de junio de 1898, el mismo año que Vicente Aleixandre y Bertolt Brecht y que España perdió sus últimas colonias de Cuba, Filipinas y Puerto Rico.
Durante la adolescencia sintió más afinidad por la música que por la literatura, aunque su pasión por el teatro era manifiesta. Fue al comenzar los estudios universitarios cuando tomó contacto con el rico núcleo intelectual granadino. Un grupo de jóvenes de talento se reunía con frecuencia en el café Alameda. Algunos llegarían a ocupar puestos importantes en el mundo de las artes, la diplomacia, la educación y la cultura. Era la tertulia ‘El Rinconcillo’.
En la universidad dos profesores guiaron la trayectoria del poeta: Martín Domínguez Berrueta, titular de Teoría de la Literatura y de las Artes, con el que hizo los primeros viajes de estudios por otras regiones que inspiraron su primer libro de prosa ‘Impresiones y paisajes’ en 1918, y Fernando de los Ríos, profesor de Derecho Político Comparado y futuro adalid del socialismo español, quien medió con su familia para que Federico marchase a Madrid en 1919 y se integrara en la Residencia de Estudiantes. Y aquel joven moreno, de frente despejada, ojos soñadores y sonriente expresión, fue a la capital a solicitar su entrada.
Entonces la Residencia de Estudiantes representaba un punto de contacto importantísimo entre culturas. Aquel hervidero intelectual supuso un excelente caldo de cultivo para el desarrollo del poeta. A su llegada Lorca tuvo la oportunidad de conocer a Juan Ramón Jiménez, a quien acudió con una carta de presentación de Fernando de los Ríos:
«Ahí va ese muchacho lleno de anhelos románticos: recíbalo usted con amor, que lo merece; es uno de los jóvenes en que hemos puesto más esperanzas».
Y Juan Ramón respondió:
«Su poeta vino y me hizo una excelentísima impresión. Me parece que tiene un gran temperamento y la virtud esencial, a mi juicio, en arte: entusiasmo».
Con aquella visita se inició una amistad duradera.
Su vida en ‘la Colina de los Chopos’ le dio una nueva visión de la responsabilidad del artista frente a la sociedad y reforzó su amor por la cultura popular española. Así, entre 1919 y 1926, Federico conoció a muchos de los más importantes escritores e intelectuales del país y se hizo amigo, entre otros, de Luis Buñuel, Rafael Alberti y Salvador Dalí. Además, gracias a la muy activa política cultural de la Residencia, conoció a numerosos conferenciantes, científicos, músicos y escritores extranjeros.
Los dos primeros años de Federico en la capital constituyeron una época de intenso trabajo: recorre Madrid en largas caminatas y toma contacto con directores teatrales como Eduardo Marquina o Gregorio Martínez Sierra, y con representantes de la vanguardia como Ramón Gómez de la Serna. Además tuvo tiempo para terminar y publicar su ‘Libro de poemas’.
Uno de los hechos culturales más importantes del siglo XX iba a ocurrir en 1927. Fue la celebración del tricentenario de la muerte de Don Luis de Góngora y Argote (1561-1627), que sirvió para aunar a los poetas españoles en lo que algunos empezaron a llamar una nueva ‘generación’. Los poetas españoles rescataron y celebraron la huella que dejó en la poesía el poeta cordobés, dando lugar a lo hoy en día se conoce como los integrantes de la Generación del 27.
En diciembre de 1927, en el Ateneo de Sevilla, el grupo formado por el propio Lorca, Alberti, Cernuda, José Bergamín, Juan Chavás, Gerardo Diego, Dámaso Alonso y Mauricio Bacarisse comunicó a un público entusiasta una nueva visión no sólo de Góngora sino de su propio arte frente al de las generaciones anteriores. Fue el primer encuentro de Cernuda y García Lorca.
El viaje en tren de Madrid a Sevilla fue narrado por Jorge Guillén en una serie de cartas a su mujer: «Es absurdo, ni antes, ni después de ahora volveré a contemplar todo un departamento de un vagón, lleno de estos animales llamados poetas».
Los actos oficiales fueron, dos veladas literarias y un banquete en la venta de Antequera, y los extraoficiales, una juerga en Pino Montano, el cortijo del torero Ignacio Sánchez Mejías, que había costeado la excursión de una travesía nocturna del Guadalquivir.
Por tanto, puede decirse que entre 1924 y 1927 Federico García Lorca llegó a su madurez como poeta, atento al arte del pasado y formando parte de uno de los grupos poéticos, en palabras suyas, más importantes de Europa, por no decir el más importante de todos.
Pero Lorca necesitaba desvincularse durante cierto tiempo del ambiente andaluz y de su círculo madrileño. En la primavera de 1929, acompañado de su antiguo maestro y amigo Fernando de los Ríos, viaja a Nueva York, la primera vez que sale al extranjero. Después sería La Habana, Buenos Aires y Montevideo.
A su regreso, de nuevo en aquel Madrid junto con lo mejor de la literatura y el arte de la España republicana, Federico acude a innumerables tertulias que se organizaban diariamente en cafés y casas, como la cervecería de Correos, el café de Oriente, el Pombo, el Gijón o el sótano de la calle Viriato, donde tenían una pequeña imprenta Manuel Altolaguirre y Concha Méndez.
Pero un lugar emblemático para todos fue ‘la casa de las flores’ en el barrio de Argüelles, cerca de la ciudad Universitaria. Allí se había instalado a su llegada Pablo Neruda en calidad de cónsul de Chile. La vivienda del poeta chileno se llenaba cada noche de amigos que organizaban auténticas fiestas surrealistas. Neruda había traído de su estancia en Java pieles y máscaras de tribus javanas que utilizaban los asistentes para disfrazarse, convirtiendo la estancia en una verdadera selva con gritos ancestrales. Era habitual la visita del vecino de abajo, un viejo catedrático sonámbulo, suplicando a la concurrencia bajar el tono de las voces para dejarle dormir. Algunos como Cernuda pensaban que la solución era invitarle a una copa de Valdepeñas la próxima vez.
Un día, en plena fiesta de disfraces, sonó el timbre de la puerta y acudió Amparo Muntt disfrazada con una gasa blanquiazul de bandera argentina para recibir la esperada queja. Pero el que llegó no era otro que Federico y al ver aquella bandera humana mando callar a la concurrencia y dijo proféticamente: «Esta Bandera de Argentina nos custodiará un día».
Ya en 1936, a punto de cumplir 38 años y rebosante de proyectos, planeaba de nuevo viajar a América. Esta vez sería México, donde esperaba reunirse con Margarita Xirgu:
«Yo no he alcanzado un plano de madurez aún… Me considero todavía un auténtico novel. Estoy aprendiendo a manejarme en mi oficio. Hay que ascender por peldaños. Lo contrario es pedir a mi naturaleza y a mi desarrollo espiritual y mental lo que ningún autor da hasta mucho más tarde… Mi obra apenas está comenzada».
Lorca era conocido como liberal y sus numerosas declaraciones a la prensa sobre la injusticia social le convirtieron en un personaje antipático e incómodo para algunos. Como ejemplo, la entrevista en ‘La Voz’, Madrid, el 7 de abril de 1936:
«El mundo está detenido ante el hambre que asola a los pueblos. Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena, y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico dice: ‘¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted el lirio que florece en la orilla’. Y el pobre reza: ‘Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre’. Natural. El día que el hambre desaparezca va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad. Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la gran revolución».
En toda España, se hablaba de la posibilidad de un golpe militar, y Lorca decidió marchar a Granada para reunirse con su familia. El 14 de julio de 1936 llegó a la Huerta de San Vicente, pero el día 20 el centro de Granada estaba ya en manos de las fuerzas falangistas y Federico, creyéndose protegido, decidió alojarse en casa de la familia Rosales, en el centro de la ciudad.
La tarde del 16 de agosto fue detenido y trasladado al Gobierno Civil de Granada, acusado de ser espía de los rusos, estar en contacto con estos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos y ser homosexual.
El poeta fue llevado hasta un lugar en la carretera entre Víznar y Alfacar, donde lo fusilaron antes del amanecer.
En los documentos oficiales expedidos en Granada puede leerse: «Federico García Lorca falleció en el mes de agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra».
Los verdugos fascistas, en aquel barranco, nos quitaron la alegría, pero no la esperanza de un mundo mejor.