La memoria iluminada de Paca Aguirre
«Se nota que me quieren». La poeta Francisca Aguirre, Premio Nacional de Poesía y nacida en Alicante en 1930, se expresaba así recientemente en Valencia ante el calor del público reunido en el salón de actos del Rectorado de la UPV para disfrutar de sus poemas y recordar las vivencias y los personajes, presentes y ausentes, que han marcado su trayectoria vital.
Y es que más que recitar, Aguirre devuelve la vida a sus versos, despegándolos del papel con la sabiduría agridulce de los años vividos. La también poeta Pilar Verdú aseguró en su presentación que la escritura de Aguirre es la expresión literaria de la «memoria iluminada», ya que sólo enfocando la luz sobre ella es posible sanarla. Y sí, durante el recital brotaron los recuerdos.
Para arrancar, el dolor del exilio descrito en Frontera, en la voz de esa niña que llegó «demasiado pronto» a la vida, con «los ojos cegados de la infancia y el corazón en blanco, sin historia», y que quizá compartió destino con Antonio Machado, su «padre moral» según Verdú: «Llegué, tal vez al mismo tiempo que él pero en distinto tiempo. No lo supe. (Oh tiempo miserable e injusto)».
Aguirre recordó los años de penurias en la posguerra, cuando pasaba la tarde echada en el suelo de la casa, sin fuerzas para levantarse y engañando al hambre a base de sorbos de agua, mientras soñaba con un mítico pollo con patatas. Su refugio eran los libros, esas cálidas «prendas de abrigo» que le ayudaban a escapar a mundos remotos, como el de El último mohicano.
La ausencia de su compañero Félix Grande, que «se ha ido sin irse» hace ahora un año, sigue pesando. Aguirre le dedicó el poema Flamenco y habló de lo importante que fue para ambos leer la poesía de Kavafis: «Descubrí que había algo más aparte de Bécquer, que hasta entonces había sido El Poeta».
Reconoció que comenzó tarde a escribir (publicó su primer libro, Ítaca, Premio Leopoldo Panero, a los 42 años) y despojó de toda mística el proceso de creación: «Escribo cuando puedo». Félix Grande necesitaba aislarse para crear sus poemas, nada de ruidos ni de molestias. Ella no tenía ese lujo: sus versos nacían entre colada y colada y se abandonaban cuando había que bajar al mercado o preparar la comida. Y muchas de sus mejores ideas surgieron mientras hacía la cama, bocetos de poemas que intentaba no olvidar para apuntarlos en cuanto tuviera un segundo libre.
Aguirre, quien, como aseguró Pilar Verdú, canta «la humildad de las cosas pequeñas», aún sigue trabajando y dejó, al final de la velada, la promesa de ver pronto publicados algunos de los poemas inéditos que guarda en un cajón.
El recital marcó también un punto y aparte en las actividades del taller de poesía Polimnia, dirigido hasta ahora por la catedrática y autora Elena Escribano. A lo largo de 14 años este taller ha tratado, en palabras de la propia Escribano, de «romper la soledad del poeta», y por él han pasado hasta 180 alumnos. «Generosa es la poesía, nadie debe quedar excluido», aseguró.