Poetas con el estómago lleno
ALBERTO SANCHO
Hoy en día, Google Imágenes construye el universo visual de las palabras y contribuye, en buena medida, a alimentar tópicos. Veamos qué nos muestra por ‘poesía’ o ‘poeta’: plumas, libretas, escritores a contraluz, libros cubiertos de hojas secas, rosas, fotos en blanco y negro…
¿Acaso los poetas no son personas? ¿Hay poesía que descienda de lo divino y hable de lo humano? Por suerte sí. No sólo de poesía vive el Hombre y muchos de ellos han basado algunos de sus versos en algo tan terrenal como la comida.
Encontramos referencias a los asuntos del comer ya en el Siglo de Oro, incluso antes, en una de las coplas de Juan Alfonso de Baena:
«Yo leý dentro de Vaena
y abezéme arborrones
y a comer alcaparrones
muchas veces sobre cena.»
En el Quijote ya se comía «una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados y lentejas los viernes», pero esto fue solo el principio. Muchos poetas solían referirse a la comida, aunque lo hacían para hablar de la pobreza y la hambruna; es el caso de Neruda:
«Con piedra y palo, cuchillo y cimitarra, con fuego y tambor avanzan los
pueblos a la mesa. Los grandes continentes desnutridos estallan en mil
banderas, en mil independencias. Y todo va a la mesa: el guerrero y la
guerrera. Sobre la mesa del mundo, con todo el mundo a la mesa,
volarán las palomas».
Más tarde, hablar del comer pasó al terreno del hedonismo, como demuestra de nuevo Neruda con El gran mantel:
«En la hora azul del almuerzo,
la hora infinita del asado,
el poeta deja su lira,
toma el cuchillo, el tenedor
y pone su vaso en la mesa,
y los pescadores acuden
al breve mar de la sopera».
Pues una vez el poeta ha dejado su lira, «hay mucho más, el diente agudo y fino que hincarlo ansiosamente en él espera, con huevo y papa, con champaña y vino»; Rafael Alberti se sentaba a la mesa:
«Y con los huevos, lo que más quisiera
tan buen jamón de tan carnal cochino:
las papas fritas, un manjar divino
que a los huevos les vienen de primera».
Para desengrasar un poco llegaba Carles Salvador con una cesta de frutas. Al melocotón, al melón y al membrillo dedicaba su Cistell de fruita en 1954:
«Al plat, els talls de meló.
Caloreta de l’estiu
duu al costat bon companyó
el tall de meló agradiu
que sucres riu a muntó.
I al plat, corfes de meló.»
Y si del campo va la cosa, nos encontramos a Quevedo, aunque intuimos que no se refería a lo saludable de las hortalizas:
«Don Repollo y doña Berza,
de una sangre y de una casta,
si no caballeros pardos,
verdes fidalgos de España,
casáronse, y a la boda
de personas tan honradas
que sustentan ellos solos
a lo mejor de Vizcaya».
A casi treinta frutas, verduras, hortalizas o hierbas aromáticas personifica Don Francisco en Boda y acompañamiento del campo, un divertido poema que narra un enlace entre pastores a través de personajes que simbolizan a los jueces (las naranjas), al propio matrimonio (el melón) o a un personaje enfadado (el pepino); además, hay otros personajes más obvios, como el nabo o la granada.
Estellés se pone explícito y convierte el acto de comer en un acto sexual a través de la descripción, de adjetivos exquisitos y un ritmo lento al principio y frenético en el clímax:
«M’agrada molt el pimentó torrat,
més no massa torrat, que el desgracia,
sinó amb aquella carn molla que té
en llevar-li la crosta socarrada.
L’expose dins el plat en tongades incitants,
l’enrame d’oli cru amb un pessic de sal
i suque molt de pa,
com fan els pobres,
en l’oli, que té sal i ha pres un sabor del pimentó torrat.»
Pan, mucho pan, como bien le gustaba también a Grabriela Mistral, que le dedicó al humilde alimento un poema completo:
«Otros olores no hay en la estancia
y por eso él así me ha llamado;
y no hay nadie tampoco en la casa
sino este pan abierto en un plato,
que con su cuerpo me reconoce
y con el mío yo reconozco.»
Y a Estellés también le hacía falta aceite, gran protagonista en la poesía del XIX. Miguel Hernández escribió Aceituneros, donde hablaba «del aceite y sus aromas» que «indican tu libertad, la libertad de tus lomas». Volvemos a Pablo Neruda, que reconocía amar las “patrias del aceite” y que decidió escribir una Oda al aceite en la que exaltar la virtud de «la cápsula perfecta de la oliva, llenando con sus constelaciones el follaje: más tarde, las vasijas, el milagro, el aceite».
Antonio Machado no llegaba a probarlo, pero dedicó un poema al árbol de las cápsulas perfectas:
«Olivo solitario,
lejos del olivar, junto a la fuente,
olivo hospitalario
que das tu sombra a un hombre pensativo
y a un agua transparente.»
Ahora nos ponemos serios. Olvidémonos de hortalizas, frutas o aceitunas; Teodor Llorente lo tuvo clarísimo:
«’Si fores el Rei d’Espanya
que dinaries tu avui?.’
Alçant lo front ple d’arraps,
i soltant la llengua prompta,
li contestà: ‘Pués, no ho saps?
Quina pregunta més tonta…!
Arròs en fesols i naps.’»
Si después de todo esto, querido lector, no tienes hambre, te deseamos Bon profit! al estilo de Miquel Martí i Pol. En la carta de este poemario del 1999: pan con tomate, huevos fritos, carne rebozada, croquetas o buñuelos. Nosotros tenemos claro lo que vamos a picar:
«Ni eixutes ni humides,
són bones les bones
patates fregides.
Un pot menjar-se-les soles,
però acompanyen molt bé
els plats de carn més diversos
quan ens convé.
Ni eixutes ni humides,
són bones les bones
patates fregides».