Dos genios de pelo blanco: Marilyn Monroe y el poeta Carl Sandburg
Una tarde de diciembre de 1961 Marilyn Monroe llamó a la puerta de un apartamento en Nueva York. El piso era propiedad del fotógrafo Len Steckler, que estaba acompañado por el poeta y escritor Carl Sandburg. Cuando sonó el timbre, Sandburg le dijo, sin especificar más: «Es la chica, por favor déjala entrar». Al abrir la puerta, recordó después Steckler, «sin saber quién era ‘la chica’, casi me caí de culo. Ahí estaba Marilyn Monroe… ¡Me quedé sin palabras!».
La actriz, de 35 años, llegaba casi tres horas tarde a la cita. Había estado en la peluquería, intentando teñir su pelo de un blanco tan puro como el de Sandburg, que entonces tenía 83 años. Las fotos que les hizo Steckler durante aquella velada se mantuvieron inéditas hasta 2010 y muestran la gran familiaridad y amistad que existían entre Monroe y Sandburg.

Nada más entrar, abrazó y besó al poeta y se enzarzó en una conversación con él. «A veces ella me echaba el brazo por encima, como hace la gente que se cae muy bien», rememoraría más tarde Sandburg. Cuando se sentaron juntos, Marilyn le cogió de la mano y se la apretó.
«Ambos estaban tan en sintonía que entre ellos no había ninguna brecha generacional, sino una sincera admiración y respeto mutuos. Esa tarde, a medida que pasaban las horas (y fluía el alcohol), los lazos de esta amistad única se fueron consolidando, un vínculo que duraría hasta la prematura muerte de Marilyn unos nueve meses después, el 5 de agosto de 1962», señaló Steckler.

Sandburg y Monroe habían coincidido por primera vez en 1958, mientras ella rodaba Con faldas y a lo loco con el director Billy Wilder. Según el biógrafo Donald Spoto, el poeta la encontró «afectuosa y sencilla» y se la ganó al pedirle un autógrafo. Para Sandburg, «Marilyn era una buena conversadora y una persona muy agradable. Le hice muchas preguntas. Me contó lo difícil que le había resultado alcanzar la fama, pero nunca hablaba de sus maridos. No era la típica estrella de cine. Era de las que se apuntaba a fregar los platos de la cena aunque no se lo pidieras. Me habría interesado aunque no hubiese sido una gran actriz».
Por entonces él ya había ganado tres premios Pulitzer, uno gracias a su monumental biografía de Abraham Lincoln y otros dos por su obra poética. Marilyn, por su parte, era una lectora voraz y siempre buscaba la compañía de grandes escritores e intelectuales. Antes de conocer a Sandburg ya había tratado, entre otros, a autores como Truman Capote, Carson McCullers, Tennessee Williams, Isak Dinesen y Edith Sitwell.

En 1960, Carl Sandburg accedió a trabajar como asesor del director George Stevens para su película La historia más grande jamás contada, una biografía épica de Jesús que aún tardaría cinco años en estrenarse. La casualidad quiso que le asignaran como oficina el mismo espacio en el que Marilyn Monroe solía tener su camerino.
«Ella insistió en venir a presentarse. Era como si tuviese tantas ganas de verme como yo de verla a ella. Conectamos enseguida y nos pasamos un rato largo hablando», aseguró Sandburg en la pieza que publicó en Look Magazine tras la muerte de la actriz. «Coincidimos en múltiples cuestiones, por ejemplo en que Charlie Chaplin era completamente inimitable». Él le regaló un libro con su poesía y ella le enseñó algunos de los poemas que había escrito.

Un mes después de verse en el apartamento de Len Steckler en Nueva York, Sandburg y Monroe volvieron a encontrarse en la casa del productor de Hollywood Henry Weinstein y su mujer Irena. Allí, el fotógrafo Arnold Newman les captó bailando juntos y practicando al unísono un ejercicio que Sandburg recomendaba para combatir el insomnio, algo que él y Marilyn sufrían de manera crónica.
A lo largo de su relación, ella encontró en él a un viejo sabio, simpático y afable, que la apreciaba por sí misma y no sólo por su fama o su aspecto. Él la vio como una persona auténtica «con los pies en la tierra». Marilyn, señaló Sandburg, «mostró algo de fe en mí» y también le confesó que «se consideraba demasiado inteligente como para suicidarse». Ella mostraba «vitalidad y agilidad para el humor», cualidades que Sandburg siempre había apreciado en otros.

Apenas unos meses después, el 5 de agosto de 1963, Marilyn moriría por una sobredosis de pastillas para dormir. Joe DiMaggio, su ex marido, se ocupó de organizar el funeral y pidió a Sandburg que pronunciara el panegírico. Sin embargo, por motivos de salud, le fue imposible asistir. En su lugar lo realizó Lee Strasberg, director del Actors Studio y también amigo y mentor de Monroe.
Días después, en el artículo que publicó en Look Magazine sobre Marilyn, Sandburg escribió: «Ojalá hubiera estado con ella aquel día… Creo que podría haberla convencido para que no acabara con su vida».
Fuentes
Classiq: One December Afternoon
Hollywood Progressive: Carl Sandburg, Hollywood, Media, and Marylin Monroe
Vintage News: Marilyn Monroe and Carl Sandburg – An Unlikely and Intriguing Friendship