Las palabras arden: Once poemas sobre la infinita promesa del lenguaje
Las palabras, señala el poeta Juan Vicente Piqueras, provocan «fascinación» por «el poder que tienen, por la capacidad de hundirte o de salvarte que puede tener una frase o un verso. Todos llevamos frases clavadas como si fuéramos San Sebastián, frases que nos han dicho y que podrían definir nuestra biografía». Ya lo advertía Alejandra Pizarnik: «cuidado con las palabras… / tienen filo / te cortarán la lengua».
La poesía es la destilación del lenguaje: «Una palabra encierra toda la verdad, dos toda la verdad disminuida en una palabra innecesaria», decía José Ángel Valente. Y si las palabras «arden», como aseguraba Gonzalo Rojas, los siguientes poemas están iluminados por sus llamas.

Las tres palabras más extrañas
Wislawa Szymborska
Cuando pronuncio la palabra Futuro,
la primera sílaba pertenece ya al pasado.
Cuando pronuncio la palabra Silencio,
lo destruyo.
Cuando pronuncio la palabra Nada,
creo algo que no cabe en ninguna no-existencia.

Palabra
Cristina Peri Rossi
Leyendo el diccionario
he encontrado una palabra nueva:
con gusto, con sarcasmo la pronuncio;
la palpo, la apalabro, la manto, la calco, la pulso,
la digo, la encierro, la amo, la toco con la yema de los dedos,
le tomo el peso, la mojo, la entibio entre las manos,
la acaricio, le cuento cosas, la cerco, la acorralo,
le clavo un alfiler, la lleno de espuma,
después, como a una puta,
la echo de casa.

¿Qué hacer con las palabras?
Carmen Martín Gaite
¿Qué hacer con las palabras
rebaño pertinaz
que antaño respondía
al silbo del pastor
y trotando por riscos
y por desfiladeros
venía a congregarse
bajo la luz morada
en el aprisco?
Hoy sucias, desolladas y vencidas,
cumplen con su retorno rutinario.
Las miro alrededor,
cada cual por su lado;
no sé qué quiero de ellas
ni logro recordar quién las puso a mi cargo
ni adónde he de llevarlas.
Se van emparejando a trompicones
en arabesco ciego, incomprensible,
por mis sueños adentro,
mientras la noche sorda
se desploma.

La palabra
Ida Vitale
Expectantes palabras,
fabulosas en sí,
promesas de sentidos posibles,
airosas,
aéreas,
aireadas,
ariadnas.
Un breve error
las vuelve ornamentales.
Su indescriptible exactitud
nos borra.

Destino de poeta
Octavio Paz
¿Palabras? Sí, de aire,
y en el aire perdidas.
Déjame que me pierda entre palabras,
déjame ser el aire en unos labios,
un soplo vagabundo sin contornos
que el aire desvanece.
También la luz en sí misma se pierde.

Cuidado con las palabras
Alejandra Pizarnik
cuidado con las palabras
(dijo)
tienen filo
te cortarán la lengua
cuidado
te hundirán en la cárcel
cuidado
no despertar a las palabras
acuéstate en las arenas negras
y que el mar te entierre
y que los cuervos se suiciden en tus ojos cerrados
cuídate
no tientes a los ángeles de las vocales
no atraigas frases
poemas
versos
no tienes nada que decir
nada que defender
sueña sueña que no estás aquí
que ya te has ido
que todo ha terminado

Palabras
Anne Sexton
Ten cuidado con las palabras,
incluso las milagrosas.
Por las milagrosas hacemos nuestro mejor esfuerzo,
a veces se agrupan como insectos
y no dejan una picadura sino un beso.
Pueden ser tan buenas como los dedos.
Pueden ser tan confiables como la roca
en la que apoyas tu trasero.
Pero pueden ser tanto margaritas como moretones.
Sin embargo estoy enamorada de las palabras.
Son palomas que caen del techo.
Son seis naranjas sagradas que descansan en mi regazo.
Son árboles, las piernas del verano,
y el sol, su apasionado rostro.
Pero a menudo me fallan.
Tengo tanto que quiero decir,
tantas historias, imágenes, proverbios, etc.
Pero las palabras no son lo bastante buenas,
las incorrectas me besan.
A veces vuelo como un águila
pero con las alas de un gorrioncillo.
Pero intento cuidarlas
y ser amable con ellas.
Las palabras y los huevos deben manipularse con cuidado.
Una vez rotas son cosas imposibles
de reparar.

Esa palabra
Jesús Aguado
Esa palabra rota,
la que vas a tirar,
dámela a mí:
yo puedo
coserla al corazón de las palomas

De marzo del 79
Tomas Tranströmer
Cansado de todos los que llegan con palabras, palabras, pero no lenguaje,
parto hacia la isla cubierta de nieve.
Lo salvaje no tiene palabras.
¡Las páginas no escritas se ensanchan en todas direcciones!
Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.
Lenguaje, pero no palabras.

El porqué de las palabras
Francisco Brines
No tuve amor a las palabras;
si las usé con desnudez, si sufrí en esa busca,
fue por necesidad de no perder la vida,
y envejecer con algo de memoria
y alguna claridad.
Así uní las palabras para quemar la noche,
hacer un falso día hermoso,
y pude conocer que era la soledad el centro de este mundo.
Y sólo atesoré miseria,
suspendido el placer para experimentar una desdicha nueva,
besé en todos los labios posada la ceniza,
y fui capaz de amar la cobardía porque era fiel y era digna
del hombre.
Hay en mi tosca taza un divino licor
que apuro y que renuevo;
desasosiega, y es
remordimiento;
tengo por concubina a la virtud.
No tuve amor a las palabras,
¿cómo tener amor a vagos signos
cuyo desvelamiento era tan sólo
despertar la piedad del hombre para consigo mismo?
En el aprendizaje del oficio se logran resultados:
llegué a saber que era idéntico el peso del acto que resulta de
lenta reflexión y el gratuito,
y es fácil desprenderse de la vida, o no estimarla,
pues es en la desdicha tan valiosa como en la misma dicha.
Debí amar las palabras;
por ellas comparé, con cualquier dimensión del mundo externo:
el mar, el firmamento,
un goce o un dolor que al instante morían;
y en ellas alcancé la raíz tenebrosa de la vida.
Cree el hombre que nada es superior al hombre mismo:
ni la mayor miseria, ni la mayor grandeza de los mundos,
pues todo lo contiene su deseo.
Las palabras separan de las cosas
la luz que cae en ellas y la cáscara extinta,
y recogen los velos de la sombra
en la noche y los huecos;
mas no supieron separar la lágrima y la risa,
pues eran una sola verdad,
y valieron igual sonrisa, indiferencia.
Todo son gestos, muertes, son residuos. Mirad al sigiloso ladrón de las palabras,
repta en la noche fosca,
abre su boca seca, y está mudo.

Por nada del mundo
José Manuel Caballero Bonald
Ayúdame a buscar esa palabra, compasiva y doméstica ramera, única estable legataria de la felicidad con quien pacté de niño. Allí debe estar resonando todavía, entre la irreparable servidumbre del desván de los jueves, retenida tal vez por esa turbadora cerrazón de aventuras donde jugaba el miedo a disfrazarse de hombre. Palabra que remite a un efluvio perdido de sudor y cosmético, de alcuza y delantal. Ciclo de la condescendencia, dependo de su arbitrio, me confundo a destiempo con la vertiginosa modificación del lugar que ocupaba. ¿No conservo ya entonces ni un solo rudimento del testigo que fui secretamente hace ya tantos años? El presente desdeña lo que el recuerdo elige: esa palabra con la que ya no voy a reencontrarme nunca, que se parece cada día más a alguna sobrehumana carencia de pasado.



