Que la poesía sea tu medicina
«Las medicinas y la cirugía pueden salvarnos, pero sólo la lectura y la poesía pueden curarnos», asegura el autor puertorriqueño Jorge Arroyo. Y tiene sentido que el lenguaje, la herramienta que nos ayuda a comprender y dar sentido al mundo, sea también el medio a través del que hallamos la paz, el refugio contra el dolor y el consuelo de saberse acompañado en la adversidad.
Así lo explica también el ahora médico Danny W. Linggonegoro, en un artículo escrito durante su etapa de estudiante en Harvard que destaca el singular poder de la poesía. «Investigadores han demostrado con resonancia magnética funcional que recitar poesía activa el sistema primario de recompensa en el cerebro llamado ‘vía mesolímbica’», escribe Linggonegoro. «También lo consigue la música pero, como descubrieron, la poesía desataba una respuesta única. Aunque la mecánica es incierta, se ha sugerido que terapias adyuvantes poéticas, musicales y no farmacológicas de otro tipo pueden reducir el dolor y el uso de opiáceos».

Ana Claudia Quintana, doctora cuyos poemas sirvieron de base al estudio.
La poesía, añade, «puede romper la denominada ‘ley del silencio’, según la cual hablar sobre la percepción propia de la enfermedad es tabú». Lo refrendó un estudio de la universidad de Maranhão, en Brasil, durante el que uno de los participantes —tras escuchar poemas de ‘Linhas Pares’ de Claudia Quintana— señaló: «Me siento más tranquilo al oír esas palabras. La agonía, la tristeza se pasan. Son palabras importantes, me muestran que no estoy solo».
La convicción de que la poesía puede ‘curar’ estaba también detrás de un peculiar proyecto literario que vio la luz en España en 1994. De hecho, los responsables de la pequeña editorial Maeva se lo tomaron de manera literal al crear un estuche con ‘medicamentos’ que contenían versos apropiados para diferentes males.

Caja de ‘A un nariz’ junto a su prospecto y una dosis.
Por ejemplo, contra el resfriado y las enfermedades por enfriamiento se ofrecía ‘A una nariz’, con seis sobres de ‘Naricísimo infinito’ de los laboratorios de investigación Francisco de Quevedo. El prospecto subraya su eficacia como «analgésico y antirreumático» y aconseja la lectura de los dos cuartetos del soneto por la mañana y los dos tercetos antes de acostarse, acompañados «con una copita de coñac o de ron para alcanzar los efectos deseados». Su abuso, advierte, «puede llevar a la aparición del conocido síndrome de Pinocchio».

El anticonceptivo ‘Fontefrida’, con uno de sus sobres abierto.
Si lo que se busca es un anticonceptivo con métrica asonante, se puede optar por una dosis de ‘Fontefrida (Romance de)’ que contiene amor (3), dolor (1) y engañador (1), además de agua clara, casar contigo no! y otros excipientes. En este caso, las instrucciones indican que «el bajo contenido de versos relativos al amor venéreo permite una excelente tolerabilidad y un buen control del deseo sexual, unido a una elevada seguridad anticonceptiva». Se insta a no combinarlo con otras «poesías y/o prosas con contenido erótico» aunque descarta que pueda producirse una intoxicación «puesto que la toxicidad del contenido de los romances es muy baja».

Los versos de Fray Luis de León en dosis individuales para su consumo.
‘¡Qué descansada vida!’ tiene propiedades ansiolíticas y antidepresivas, con un alto contenido en heptasílabos (51), endecasílabos (34) y liras (17). Este producto del laboratorio de investigación Fray Luis de León de Belmonte «funciona como principio activo contra síndromes depresivos, ansiedad y astenia». Si se emplea como ansiolítico, «es suficiente generalmente una estrofa al día antes de la comida, aunque en casos graves se puede añadir también la segunda estrofa». Como antidepresivo, «se aconseja declamar en voz alta la composición íntegra tres veces al día». El producto debe administrarse con cautela, se advierte, «a sujetos afectados por graves formas de verborrea».

‘Si al mecer’ de laboratorios Bécquer, cuyo abuso puede llevar a alucinaciones.
Finalmente ‘Si al mecer las azules campanillas’ de los laboratorios Bécquer es un preparado con efectos calmantes a base de métrica asonante. Está indicado para «todo tipo de procesos dolorosos como el ‘viento murmurador’, el ‘resonar confuso’, cualquiera que sea su origen, intensidad o localización». También es efectivo en «procesos inflamatorios provocados por malas lecturas». Se aconseja leer el poema «sin interrupciones, acompañado de uno o dos sorbos de vino tinto de Rioja». Como efecto secundario pueden darse «contados casos de visiones y alucinaciones debidas a la perfección estrófica, que desaparecen habitualmente sin necesidad de suprimir la lectura». De producirse una intoxicación, se debe «interrumpir el tratamiento y establecer una terapia con extractos de Quevedo».
La edición original de estos ‘medicamentos’ fue un éxito en su momento. Según recogía el diario El País, las 10.000 primeras cajas se agotaron en cuatro meses y se habían puesto a la venta otras 20.000. «En La Coruña unas señoras entraron en la librería con una receta de la Seguridad Social», aseguraba en ese artículo la editora Maite Cuadros, que se inspiró para el proyecto en una iniciativa similar de la Universidad italiana de Progetto que empleó poemas de Dante, Petrarca y Bocaccio.
En los tiempos en los que vivimos ahora, tres décadas después, seguimos necesitando más que nunca este tipo de ‘medicinas’. Ojalá alguien se animara a recuperarlas. De momento, eso sí, podéis disfrutar de vuestra dosis diaria de poesía terapéutica en VERSO.



