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La poesía de Sanora Babb, la auténtica inspiradora de ‘Las uvas de la ira’

Entre 1932 y 1939 los terrenos que abarcan desde el Golfo de México hasta Canadá sufrieron una persistente sequía e intensas tormentas de polvo y arena que arrasaron los cultivos y el ecosistema de la zona. Ese período, conocido como el ‘Dust Bowl’ (‘Cuenco de Polvo’ en su traducción literal), contribuyó a agravar los efectos de la Gran Depresión y obligó a más de tres millones de personas a abandonar sus granjas. Un gran número de ellos acabó emigrando a otros estados, principalmente en el oeste.

En uno de los campos de acogida en el Valle Central de California, la periodista y escritora Sanora Babb era una de las encargadas de montar tiendas de campaña para los inmigrantes, de acompañar a sus hijos a las clínicas improvisadas y también de planear las actividades de ocio. Sus propias circunstancias personales —por ejemplo, haber vivido una temporada en la calle sin tener apenas qué comer— le llevaron a identificarse con aquellas familias que lo habían perdido todo.

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Sanora Babb y su jefe, Tom Collins, en el campo de refugiados de Bakersfield, en California.

Babb entrevistó a muchas de ellas, recogiendo sus historias en notas que habrían de servirle para escribir una novela en la que trabajaba desde hacía cuatro años. Pero en mayo de 1938 su campo de inmigrantes recibió una ilustre visita: el escritor John Steinbeck que, tras el éxito de ‘De ratones y hombres’, se había interesado por el ‘Dust Bowl’ como tema para su próxima obra.

El responsable del campo y jefe de Babb, Tom Collins, le ordenó que entregara una copia de sus notas al famoso autor, con la idea de que publicara un artículo periodístico para llamar la atención de la opinión pública sobre la situación de los refugiados.

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Cubierta de la primera edición de ‘Las uvas de la ira’, publicada en 1939.

Lo que hizo Steinbeck fue basarse en aquellas notas para escribir, en apenas tres meses, ‘Las uvas de la ira’, un libro que vendería cientos de miles de ejemplares y que le valdría el Premio Pulitzer en 1940. Mientras tanto, Sanora Babb optó por seguir trabajando en el campo con los refugiados antes que regresar a Nueva York para acabar su propia novela.

Una vez la hubo terminado, el editor y cofundador de Random House, Bennet Cerf, la rechazó y canceló el contrato con Babb. Quién querría leer esa novela, le preguntó, cuando ya tenían ‘Las uvas de la ira’. Su libro, titulado ‘Whose Names Are Unknown’ (Cuyos nombres no se conocen), se publicaría finalmente en 2004, un año antes de su muerte.

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Sanora Babb posa con un padre y su hija en el campo de inmigrantes.

Sanora Babb no quiso que este hecho marcara su carrera literaria. A lo largo de siete décadas publicó diversas novelas y colecciones de cuentos, además de una autobiografía y un libro de poemas titulado ‘Told in the Seed’ (Escrito en la semilla).

Cubierta del poemario 'Told in the Seed' de Sanora Babb.

Cubierta del poemario ‘Told in the Seed’ de Sanora Babb.

Como explica la catedrática Carol Loranger en el prólogo de este poemario, es en la poesía donde se encuentra «el retrato más íntimo de la mujer y de la artista». Babb forjó su oficio en una época en la que la poesía americana era accesible y directa y se publicaba habitualmente en periódicos y revistas. Con los años, adoptó «un estilo de poema más moderno y naturalista y temáticas más serias». Sus versos pasaron de tener un tono clásico a alinearse más con las tendencias de la poesía americana de la época: «poemas más directos, con versos más libres y coloquiales».

En su poesía, Babb «habla directamente al lector, extrayendo sus imágenes de y temas de toda una vida de minuciosa observación e intensa afinidad con la naturaleza», explica Loranger. Y los temas vuelven a coincidir con sus experiencias vitales: «el amor y la pérdida, la empatía con los marginados y oprimidos y una profunda conexión con el mundo natural, ya sea a gran o pequeña escala». También, desde el propio título del poemario, muestra una fascinación con las semillas como «símbolos del potencial y del misterio».

Os ofrecemos aquí en exclusiva seis poemas de Sanora Babb traducidos por Ángel Salguero:

Escrito en la semilla

Esta noche escucho los primeros grillos en la ladera,
una araña grande y ocre se posa en mi diccionario,
hay luna llena, oh luna, que arrastras mis mareas.
Sé que esta noche las abejas tienen frío, la primavera es incierta
pero las flores esperan; han brotado
de sus semillas secretas y ninguna semilla confunde su imagen
por mucho que yo las mezcle en la tierra,
el fragante hogar de los gusanos.
Estamos encadenados en el mismo aliento, y este es el secreto.
No hemos establecido la conexión profunda.
Esta acacia con su composición de pájaros nocturnos
susurra su ser, su compromiso, y lo que no puede expresarse,
escrito en la semilla; persuadida por el sol, el césped, la lluvia y el viento,
el rayo y el trueno.
Escucho la canción de los grillos sobre las colinas.

Aristolochia

Me encanta esta semilla.
Es más hermosa que las otras.
Pero su belleza es alarmante,
aterradora.
No puedo reprimir un escalofrío.
Lo desconocido está próximo,
el misterio extravagante:
¡La semilla lleva el diseño de su hoja
dibujado sobre la cáscara!
Aléjate del árbol
En la oscuridad me apoyo en un árbol.
Me lo han advertido: de noche los árboles son hostiles.
Durante el día te consuelan.
El espíritu del árbol te resulta tan desconocido
como el tuyo propio: Guárdate de ambos al caer la noche.
Es en la total oscuridad bajo el cielo,
sensible a las estrellas y los planetas,
con su misterio aún por desvelarse,
que uno se adentra en la singularidad
y perdido en ella
encuentra el espíritu de la semilla.
Primero fue el árbol,
el bosque de helechos que creció y cayó en el silencio primario.
¿Recuerdas?
Aléjate del árbol. Te lo hemos advertido.

Secuoya gigante

Me impresiona esta pequeña semilla,
su diseño perfecto y el diseño que encierra:
la gran secuoya durmiente, a la espera de
que descienda su primera raíz
no más grande que una pestaña.
El árbol padre se alza cerca:
su corteza estriada desafía la enfermedad y el fuego;
su cuerpo acoge un río de savia
que fluye hacia arriba, hasta una corona amarilla por el polen
que sólo conocen las cosas voladoras, el sol y la tormenta.
Aquí, mucho más abajo, las raíces pastan a lo largo de hectáreas
de verdadera tierra nutritiva.
Mientras las épocas nacían y florecían y morían,
mientras el hombre seguía su propio camino
de ternura, aprendizaje, salvajismo y fragilidad,
este árbol crecía:
Entre las nieves de las Sierras Nevadas sin nombre
y los antiguos vientos innombrados del Pacífico,
ajeno en esta oscura arboleda,
su vida comenzó dos mil años
antes de que naciera Cristo.

Pájaros en una tormenta

Los pájaros me estaban esperando;
me esperaban a las nueve y a las cuatro.
Ahora eran las cuatro y media y no me habían visto en todo el día.
Tenían sus propios relojes.
La fuerte lluvia caía al bies, batiendo, desbordándose;
se precipitaba con estruendo por la calle en cuesta y sobre el bordillo.
Un relámpago quebró el cielo de nubes oscuras
y el trueno estremeció la ciudad.
En los intervalos de calma oía a los pájaros.
La gente se apresuraba a volver a casa en la tormenta
y sus coches levantaban grandes láminas de agua.
Me fui al lugar elevado donde daba de comer a los pájaros.
Cuando me vieron se lanzaron a parlotear y a cantar,
volaron fuera del cobijo de los árboles
y se posaron en el suelo, tiñéndolo de sus colores.
Les di semillas para varios días.
La lluvia me golpeaba y me hacía daño,
caía como una sacudida enérgica.
Liberó su fuerza contra los pájaros.
La aceptaron, comieron y parlotearon.
Unos pocos se tambalearon.
Uno de ellos voló a un tejado de tejas rojas
y cantó todo un remolino melódico de notas
antes de regresar a un árbol ondeante, sacudido por el viento.

El último año

El árbol que plantaste hace años
creció en dos fuertes troncos
unidos cerca de la tierra:
Como nuestras vidas, dijiste,
los troncos se dividieron vastos y frondosos,
con hojas y flores amarillas que dieron sombra
al lugar que reservamos para los pájaros,
el agua y el grano.
Una ventana donde nos sentábamos a mirar
las alas deslizándose hasta el santuario.
Aquí me siento yo ahora.
Los troncos de la acacia han envejecido,
los surcos mellan sus curvas,
la savia se agota.
Pero viejas cicatrices, ojos grises sobre gris corteza,
ven mis lágrimas igual que vieron las tuyas,
las que me ocultaste —o eso pensabas—
cuando eran sólo unos pocos los días que quedaban.
Deseabas estar con aquello que aún crecía,
no con lo que agonizaba, y por eso te tumbabas bajo el sol
y el viento donde cada árbol hablaba
con su manera de balancearse.
Y las nubes blancas vagaban a la deriva para que el cielo
fuera todavía más azul ante tu mirada ávida.
Nos cogíamos las manos y nuestro amor era más elocuente
que en las pasiones de nuestra juventud,
que no tienen idea de cuan profundas son las raíces,
de cuan alto suben las viejas ramas en el aire,
de lo hermoso que es el amor abundante en años.
En cada estación crecimos entre la ternura y la discordia.
Ahora la simetría se ha roto.

Fuentes:

She Shared Her Notes with John Steinbeck. It was Her Novel’s Undoing:
The Forgotten Dust Bowl Novel That Rivaled “The Grapes of Wrath”:
Dust Bowl (Wikipedia):

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