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Antonio Gamoneda, la lucidez poética

ÁNGEL SALGUERO
Antes de hablar, Antonio Gamoneda cierra los ojos apenas unos segundos. Se vuelve hacia el interior en busca de las palabras exactas, a ese lugar donde también habita la poesía pura que le da el oxígeno, los versos que ha ido rescatando desde hace más de sesenta años. Es sábado por la mañana, a sólo unas horas de su recital en el primer Festival Poético de Benimaclet, en Valencia. Estamos sentados en una cafetería de la Estación del Norte, un punto de encuentros y de despedidas, de comienzos y de finales.

El poeta destapa su pluma estilográfica y comienza a trazar líneas sobre una página de periódico. «No dibujo muy bien», dice, «pero creo que os podéis hacer una idea». Sobre el papel toma forma un desfiladero con rocas afiladas y una corriente de agua deslizándose hacia el vacío. «Así ve el mundo un fotógrafo, un artista que reproduce la realidad», explica Gamoneda. Ahora, en otra esquina de la misma página, dibuja de nuevo un paisaje de rocas, esta vez más redondeadas: dos formas definidas, superpuestas, que se extienden sobre el horizonte. Pero una mirada más atenta descubre que esas rocas no son tales, sino dos cuerpos entrelazados, y que la cascada que les rodea es en realidad la sábana del lecho. «Así», asegura sonriendo, «ve el mundo un poeta».

Gamoneda durante su conversación con Poética 2.0.

Gamoneda durante su conversación con Poética 2.0.

Gamoneda contempla su edad con cierta incredulidad. Como dice en uno de sus poemas, «así es la vejez: claridad sin descanso». El chico que aprendió solo a leer en plena guerra civil, con la única ayuda de un libro de poemas de su padre, se ha convertido décadas después en un intelectual lúcido y una de las voces poéticas más importantes de su generación. Su compromiso es con la poesía y también con una sociedad que atraviesa momentos difíciles. Ya lo expresaba el poeta cuando, a principios de los sesenta, escribió:

«Yo me callo, yo espero
hasta que mi pasión
y mi poesía y mi esperanza
sean como la que anda por la calle;
hasta que pueda ver con los ojos cerrados
el dolor que ya veo con los ojos abiertos».

Décadas después nos encontramos, afirma Gamoneda, inmersos en unas «circunstancias económicas totalitarias». Porque la crisis que arrastramos, señala, no es más que una «excusa para recortar la cultura, la educación, la dependencia y los sueldos a la mitad».

Son muchos años, sí, y el cuerpo ya no responde como antes. Sobre todo después de que, años atrás, un coche le atropellara, robándole sus paseos diarios. Pero aún queda poesía. La inspiración le encuentra trabajando, en sesiones que a veces se pueden extender hasta la madrugada. Y siempre escribiendo a mano, porque los ordenadores son esas máquinas puñeteras que se tragan por arte de magia todos los archivos. «Hay una serie larga de poemas con aspecto fragmentario. Estoy poniendo, luego tacharé, recortaré. Son fragmentos de la que posiblemente es una despedida», apunta. «Mi pensamiento es anterior a la eternidad pero no hay eternidad. He gastado mi juventud ante una tumba vacía», escribió en Arden las pérdidas, unos versos que enlazan con esta otra idea que expresa ante el público de Benimaclet: «No aspiro a otra más alta vida ni a sobrepasar la existencia terrestre. Sólo deseo que esta vida a pie de suelo adquiera sentido».

Caja que guarda el legado de Antonio Gamoneda en el Instituto Cervantes.

Caja que guarda el legado de Antonio Gamoneda en el Instituto Cervantes.

En 2006 se le concedió el Premio Cervantes y Gamoneda se convirtió en la segunda persona, después de Francisco Ayala, en depositar un legado en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. Nadie, excepto él, conoce el contenido de esa caja de seguridad que permanecerá sellada hasta 2032 aunque, bromea, «tal vez tenga que hablar con Víctor [García de la Concha, director del Instituto] para que amplíe el plazo».

Más tarde, antes del recital, Gamoneda vuelve a reflexionar en voz alta sobre su concepción de la poesía. Se trata de algo, explica, que puede entenderse si uno ha llegado a sentirla en dos niveles distintos, aunque complementarios: la «audición rítmica» y la «emoción». Los versos poseen su propio tempo. Hay que respirarlos, examinarlos, reconocer las pausas. Y una vez leídos, adquieren para el lector la cualidad de lo real: «Cuando Lorca deposita en nuestro cerebro la noción ‘toros celestes’, provoca que tengan una existencia intelectual en nosotros». Las palabras, de nuevo, tienen que ser exactas. Es algo que también ha encontrado al traducir con su hija Amelia los poemas de Mallarmé. «Discutimos por tal o cual término. Yo no sé tanto francés como ella, y a veces me dice que la palabra que he utilizado no se corresponde con el original. No es literal, pero sí es la que toca».

¿Y qué poetas le han llegado a él? Además de Lorca, de quien ha editado una antología poética, cita a Góngora, Garcilaso, Jorge Manrique y San Juan de la Cruz. Este último, afirma, fue tal vez «quien más cerca estuvo de definir qué es la poesía». Y lo hizo, relata Gamoneda, mientras era maltratado por sus propios hermanos de fe, que le mantenían a base de una sardina salada y un vaso de agua al día, entre paliza y paliza. Para San Juan de la Cruz los versos llegaban en un momento de «excitación poética» que era indistinguible de un «arrebato místico». La poesía como «un no saber sabiendo», un proceso de descubrimiento en el que el propio creador «no sabe lo que piensa hasta que no se lo dice su propia escritura».

El poeta firma libros tras su recital en Valencia.

El poeta firma libros tras su recital en Valencia.

Los «cartógrafos de la neurociencia», cuenta el poeta, «dicen haber localizado la zona donde nacen las intuiciones musicales y aquella de la que surgen las decisiones más arriesgadas». A riesgo de aparecer como un «materialista visionario», él piensa que puede existir «una asociación neuronal no muy distinta a la que provoca las pasiones y que también genere la poesía».

Pero quién sabe. A pesar de todo lo dicho, Gamoneda afirma con un poso de ironía que cualquier teoría sobre la poesía es «perfectamente inútil» ya que «nadie ha dicho lo que es» ni se trata de «algo tan trascendente o extramundano de lo que no se pueda hablar». Y quizá sea así, aunque en esta noche de sábado, en el barrio de Benimaclet en Valencia, se ha obrado un milagro: mientras afuera resuena el bullicio nocturno, aquí dentro la poesía ha conectado a un grupo de desconocidos, unidos e iluminados ahora por este joven poeta de 85 años, que acaba con estos versos: «Eres como una flor ante el abismo, eres la última flor».

Antonio Gamoneda firma para Poética 2.0 un ejemplar de su antología 'Niñez', publicada este mismo año.

Antonio Gamoneda firma para Poética 2.0 un ejemplar de su antología ‘Niñez’, publicada este mismo año.

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