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Sylvia Beach

Sylvia Beach, el alma de la Generación Perdida


ANGEL SALGUERO
En la orilla izquierda del Sena, a la vista de la Catedral de Notre-Dame, se alza una modesta librería. Sobre su fachada de color verde, en hermosas letras forjadas, está escrito su nombre: Shakespeare and Company. Ahora es una atracción para turistas, pero muchos años atrás fue el centro de una revolución artística que contribuyó a cambiar la literatura del siglo XX.

Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald en París.

Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald en París.

Tras la Primera Guerra Mundial, París se había convertido en la capital cultural de Europa. Escritores, poetas y artistas de todas las nacionalidades se instalaron allí, atraídos por el ambiente de libertad que se respiraba en la capital francesa. Muchos de ellos, como Ernest Hemingway, Francis Scott Fitzgerald, Ezra Pound o Henry Miller provenían de Estados Unidos y habían llegado huyendo de la Prohibición, de la censura y de un derrumbe económico que temían inminente. Ellos formaron el grupo de escritores que Gertrude Stein llamaría la «Generación Perdida».

Sus vidas pronto se cruzarían con la de otra expatriada, Sylvia Beach. Nacida en Maryland e hija de un pastor protestante, ya había vivido en París de adolescente cuando su padre ejerció allí su ministerio. Más adelante regresaría a Europa para trabajar como enfermera en la Cruz Roja y estudiar literatura en la Sorbona. Un día de 1917, mientras paseaba por París, encontró una librería llamada La Maison des Amis des Livres y conoció a su dueña, Adrienne Monnier. La amistad que surgió entre ellas a partir de su mutuo amor por la literatura pronto se convertiría en algo más, una relación que duraría más de cuatro décadas.

Adrienne Monnier.

Adrienne Monnier.


Animada por Adrienne, Sylvia acabó abriendo su propia librería en la misma calle que ‘La Maison’, la Rue de l’Odeon. La llamó Shakespeare and Company, y desde su apertura a finales de 1919 se convirtió en lugar de encuentro para los intelectuales y escritores de habla inglesa que habían emigrado a París. Para muchos de ellos, Sylvia era como una hermana. Les prestaba dinero, les guardaba el correo, les dejaba libros sin cobrarles, se preocupaba por su alimentación… Incluso mantenía una habitación con una cama por si alguno necesitaba un lugar donde pasar la noche.

Sylvia Beach en la entrada de su librería, en la Rue de l'Odéon de París.

Sylvia Beach en la entrada de su librería, en la Rue de l’Odéon de París.


Según escribe Noel Riley Fitch, biógrafa de Sylvia Beach, Shakespeare and Company fue un «punto de encuentro para los famosos y futuros famosos de la vanguardia. En un contexto más amplio, se trató de un centro literario para la interfertilización de culturas. Su apertura señaló el comienzo de un nuevo entusiasmo francés por la literatura norteamericana».

Así describe Ernest Hemingway la librería, y a la propia Sylvia, en su libro ‘París era una fiesta’:

Sylvia Beach y Ernest Hemingway.

Sylvia Beach y Ernest Hemingway.

«Shakespeare and Company era un lugar caldeado y alegre, con una gran estufa en invierno, mesas y estantes de libros, libros nuevos en los escaparates, y en las paredes fotos de escritores tanto muertos como vivos. Las fotos parecían todas instantáneas e incluso los escritores muertos parecían estar realmente en vida. Sylvia tenía una cara vivaz de modelado anguloso, ojos pardos tan vivos como los de una bestezuela y tan alegres como los de una niña, y un ondulado cabello castaño que peinaba hacia atrás partiendo de su hermosa frente y cortaba a ras de sus orejas y siguiendo la misma curva del cuello de las chaquetas de terciopelo que llevaba. Tenía las piernas bonitas y era amable y alegre y se interesaba en las conversaciones, y le gustaba bromear y contar chistes. Nadie me ha ofrecido nunca más bondad que ella.
La primera vez que entré en la librería estaba muy intimidado y no llevaba encima bastante dinero para suscribirme a la biblioteca circulante. Ella me dijo que ya le daría el depósito cualquier día en que me fuera cómodo y me extendió una tarjeta de suscriptor y me dijo que podía llevarme los libros que quisiera».

Sylvia Beach y James Joyce en la puerta de Shakespeare and Company.

Sylvia Beach y James Joyce en la puerta de Shakespeare and Company.


Sylvia salió al rescate también de James Joyce cuando nadie quiso publicar su novela ‘Ulises’ por considerarla «pornográfica». Se hizo cargo de las necesidades del escritor irlandés y de su familia y asumió ella misma los costes de imprimir y distribuir el libro. Fue una pesadilla.

Joyce seguía escribiendo compulsivamente, cambiando capítulos enteros de la novela, mientras el impresor francés y sus trabajadores (que no sabían ni una palabra de inglés) montaban como podían el libro. La primera edición llegó a incluir una nota en la que el editor «suplicaba» la indulgencia del lector ante los errores tipográficos, «inevitables dadas las excepcionales circunstancias».

Sylvia y Joyce departen en la librería.

Sylvia y Joyce departen en la librería.


Sylvia y su asistente prepararon cientos de paquetes para todos los suscriptores que habían encargado el libro y cargaron con los pesados ejemplares de más de 700 páginas hasta la oficina de correos. Para esquivar a los censores, ‘Ulises’ se envió a Estados Unidos camuflado como las ‘Obras completas’ de Shakespeare. Joyce era tan torpe empaquetando que tuvieron que pedirle educadamente que se dedicara a otra cosa. Y a pesar de todo, el escritor nunca llegó a corresponder a Sylvia por su entrega y devoción hacia él. De hecho, cuando Random House le ofreció un adelanto de 45.000 dólares no lo pensó dos veces y la abandonó.

André Gide

André Gide


Con el final de la década de los 20 y el inicio de la Gran Depresión comenzaron los malos tiempos para Shakespeare and Company. Muchos de sus clientes más fieles habían ido marchándose de París y gran parte de los que quedaban, azotados por la crisis, no tenían ni un franco que gastar en libros. Hacia 1936, Sylvia confesó al escritor André Gide que estaba pensando en cerrar el negocio. «¡No puedes dejar Shakespeare and Company!», exclamó él, horrorizado.

Pronto se formaría un comité para salvar la librería a través de suscripciones y actos especiales. Una vez al mes se celebraban lecturas públicas de obras inéditas a cargo de escritores como el propio Gide, Paul Valéry o André Maurois. «Todo aquello hizo que fuéramos tan ilustres, con tantos escritores famosos y con todos los artículos que fueron apareciendo en la prensa, que los negocios empezaron a marchar muy bien», asegura Sylvia en su autobiografía, publicada en 1959. La Segunda Guerra Mundial lo cambiaría todo.

    Sylvia Beach en 1962, en una de sus últimas entrevistas.

Su nacionalidad y su filiación judía pusieron a Sylvia en el punto de mira de los invasores alemanes. Cierto día, un oficial nazi de alta graduación entró en la librería interesado en el ejemplar de ‘Finnegan’s Wake’ de James Joyce que estaba expuesto en el escaparate. «No está en venta», respondió ella ante el enfado del militar. Dos semanas después el mismo oficial regresó a la tienda, exigiendo el libro. Sylvia le dijo que se lo había llevado y el alemán («temblando de rabia», recuerda ella) le replicó: «Hoy volveremos y confiscaremos todos sus bienes».

Al comentarle a su portera lo que había sucedido, ésta le abrió un apartamento que tenía desocupado y allí, con la ayuda de varios amigos, llevaron todos los libros, muebles y fotografías de Shakespeare and Company. Quitaron hasta los enchufes y los interruptores, y un pintor cubrió con pintura negra el nombre en la fachada. Como si nunca hubiera existido.

Al final, los alemanes la detuvieron. Sylvia pasó seis meses en un campo de internamiento y, a su regreso a París, esperó junto a Adrienne la liberación de la ciudad. Así lo cuenta en su autobiografía:

«Todavía había tiroteos en la Rue de L’Odéon y ya empezábamos a estar hartos de los alemanes, cuando un día subió por la calle una hilera de jeeps y pararon frente a mi casa. Oí una voz muy fuerte que gritaba: ‘¡Sylvia!’. Y todo el mundo en la calle empezó a gritar: ‘¡Sylvia!’. ‘¡Es Hemingway! ¡Es Hemingway!’, gritó Adrienne. Bajé corriendo y chocamos con estrépito. Me cogió, me hizo dar varias vueltas en el aire y me besó, mientras la gente que estaba en la calle y en las ventanas nos vitoreaban».

Aspecto actual de Shakespeare and Company en la Rue de la Bucherie de París.

Aspecto actual de Shakespeare and Company en la Rue de la Bucherie de París.


La librería no volvió a abrir sus puertas, aunque Sylvia permaneció en París hasta su muerte en 1962, a los 75 años. Su espíritu pervive, sin embargo, gracias a otro expatriado norteamericano, George Whitman, que heredó (con las bendiciones de su creadora) el nombre para el establecimiento que abrió junto al Sena en 1947. Allí, en la Rue de la Bucherie, se encuentra Shakespeare and Company, ahora dirigido por su hija, Sylvia Beach Whitman. Y en el segundo piso, rodeada de estantes repletos de libros, sigue habiendo una cama, por si alguno de sus visitantes necesita un lugar donde dormir.

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