Poemas para adivinar ‘el secreto de la primavera’
“Tú querías que yo te dijera / el secreto de la primavera”, escribía Federico García Lorca en uno de sus poemas de juventud. Y aunque —como él mismo reconoce— quizá nunca lo sepamos de verdad, a través de la poesía siempre podemos llegar a intuirlo. Por eso, una vez ya metidos en la primavera, dejaremos que sean los poetas los que nos guíen por estos días en los que, como decía Antonio Cabrera, “el ruiseñor legisla desde el éxtasis”.
Comenzamos con uno de nuestros clásicos favoritos, Antonio Machado. En este hermoso y agridulce poema la llegada de la primavera desata el recuerdo de su propia juventud y del hueco que aún existe en su corazón.
La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil…
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar…
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
El poeta mexicano Octavio Paz vislumbra aquí, en los últimos coletazos del invierno, la promesa de la primavera a través de vivas imágenes que culminan en los dos hermosos versos finales.
Pulida claridad de piedra diáfana,
lisa frente de estatua sin memoria:
cielo de invierno, espacio reflejado
en otro más profundo y más vacío.
El mar respira apenas, brilla apenas.
Se ha parado la luz entre los árboles,
ejército dormido. Los despierta
el viento con banderas de follajes.
Nace del mar, asalta la colina,
oleaje sin cuerpo que revienta
contra los eucaliptos amarillos
y se derrama en ecos por el llano.
El día abre los ojos y penetra
en una primavera anticipada.
Todo lo que mis manos tocan, vuela.
Está lleno de pájaros el mundo.
Ya lo mencionábamos al principio: Federico García Lorca construye en ‘Idilio’, con los mimbres más sencillos, un maravilloso poema que suena a canción infantil y rebosa belleza, delicadeza y misterio.
Tú querías que yo te dijera
el secreto de la primavera.
Y yo soy para el secreto
lo mismo que es el abeto.
Árbol cuyos mil deditos
señalan mil caminitos.
Nunca te diré, amor mío,
por qué corre lento el río.
Pero pondré en mi voz estancada
el cielo ceniza de tu mirada.
¡Dame vueltas, morenita!
Ten cuidado con mis hojitas.
Dame más vueltas alrededor,
jugando a la noria del amor.
¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera,
el secreto de la primavera.
Los sonetos de William Shakespeare son la prueba de su enorme talento como poeta. En el que reproducimos, el 98, describe cómo la ausencia de su amante le impide disfrutar de la riqueza de la primavera:
De vos he estado ausente, cuando en la primavera,
Abril, sublime en gamas, con todos sus adornos,
ponía en cada cosa tal alma juvenil,
que el pesado Saturno, retozaba con él.
Ni el canto de los pájaros, ni el dulcísimo aroma,
de flores diferentes en perfume y color,
me instaron a decir un relato al estío,
ni arrancarlas del tallo en el cual ellas crecen.
Ni me asombró la albura tan pura de los lirios,
ni alabé el más intenso bermellón de la rosa,
pues sólo eran dulzuras, figuras deleitosas,
diseñadas tras vos, por ser modelo de ellas.
Porque con vos ausente, me parecía invierno,
y como con tu sombra con ellas me gozaba.
(Traducción de Ramón García González)
Y Juan Ramón Jiménez continúa en cierta manera con el mismo tema, equiparando la presencia de su amada con el esplendor de la “primavera verdadera”:
Abril, sin tu asistencia clara, fuera
invierno de caídos esplendores;
mas aunque abril no te abra a ti sus flores,
tú siempre exaltarás la primavera.
Eres la primavera verdadera;
rosa de los caminos interiores,
brisa de los secretos corredores,
lumbre de la recóndita ladera.
¡Qué paz, cuando en la tarde misteriosa,
abrazados los dos, sea tu risa
el surtidor de nuestra sola fuente!
Mi corazón recojerá tu rosa,
sobre mis ojos se echará tu brisa,
tu luz se dormirá sobre mi frente…
El amor y el desamor, el despertar de la pasión y su ocaso, se equiparan en ‘Lo inacabable’ de Alfonsina Storni con el eterno transcurrir de las estaciones: siempre “vendrá la primavera y habrá flores”.
No tienes tú la culpa si en tus manos
mi amor se deshojó como una rosa:
Vendrá la primavera y habrá flores…
El tronco seco dará nuevas hojas.
Las lágrimas vertidas se harán perlas
de un collar nuevo; romperá la sombra
un sol precioso que dará a las venas
la savia fresca, loca y bullidora.
Tú seguirás tu ruta; yo la mía
y ambos, libertos, como mariposas
perderemos el polen de las alas
y hallaremos más polen en la flora.
Las palabras se secan como ríos
y los besos se secan como rosas,
pero por cada muerte siete vidas
buscan los labios demandando aurora.
Mas… ¿lo que fue? ¡Jamás se recupera!
¡Y toda primavera que se esboza
es un cadáver más que adquiere vida
y es un capullo más que se deshoja!
En este poema Lope de Vega mira a su alrededor en un mes de mayo para descubrir cómo la primavera despierta el paisaje… y también las pasiones:
En las mañanicas
del mes de mayo
cantan los
ruiseñores.
Retumba el campo.
En las mañanicas,
como son frescas,
cubren ruiseñores
las alamedas.
Ríense las fuentes
tirando perlas
a las florecillas
que están más cerca.
Vístense las plantas
de varias sedas,
que sacar colores
poco les cuesta.
Los campos alegran
tapetes varios,
cantan los ruiseñores
retumba el campo.
Sale el mayo hermoso
con los frescos vientos
que le ha dado marzo
de céfiros bellos.
Las lluvias de abril
flores le trujeron:
púsose guirnaldas
en los rojos cabellos.
Los que eran amantes
amaron de nuevo
y los que no amaban
a buscarlo fueron.
Y luego que vieron
mañanas de mayo,
cantan los ruiseñores,
retumba el campo.
Ernestina de Champourcin retrata también en estos preciosos versos cómo la pasión, un “éxtasis gozoso”, da paso a la “fiesta de las rosas”:
¡Toda la primavera dormía entre tus manos!
Iniciaste en un gesto la fiesta de las rosas
y erguiste, enajenada,
esa flecha de luz que impregna los caminos.
¡Toda la primavera!
Fervores del instante transido de capullos,
gracia tímida y leve del perfume sin rastro,
caricias que despiertan el sexo de las horas.
Brotaron de tus palmas en éxtasis gozoso
los trinos y las brisas. Y tu ademán secreto
despertó en rubores la pubertad del mundo.
¡Todo vino por ti! Porque tus manos lentas
ciñeron brevemente mi carne estremecida,
porque al rozar mi cuerpo
despertaste una flor que trae la primavera.
“Abril es el mes más cruel, cría / lilas en la tierra muerta, mezcla / recuerdo y deseo, aviva / raíces adormecidas con lluvia primaveral”. Los famosos versos de T. S. Eliot nos vienen a la cabeza al leer este poema que Antonio Cabrera tituló ‘Demasiada primavera’ y en el que contempla casi con asombro “el escarnio de este renacer”:
Este nuevo dibujo de los árboles
que está trayendo abril, este aguacero
impetuoso y breve que ha dejado
charcos joviales, esta acción conjunta
de lo potente y de lo tierno, aspiran
a imponer una trama donde el aire
sostenga sus andamios y se eleve
con qué impropio cinismo, la arquería
que custodia a la regeneración.
Siento el escarnio de este renacer
allí donde pronuncia lo más dulce
donde el péndulo llega hasta algún logro
para volver después a la esperanza.
El ruiseñor legisla desde el éxtasis.
La golondrina irónica rasea.
El vencejo más alto se proclama,
en la misma jactancia de lo vivo.
Flores rientes, cercanías hondas.
Mis latidos no bastan, primavera:
Sé que me evitas al mostrarte tanto.
Qué bien sabes excluirme en este margen
en el que me colocas, más intensos
los amorosos cúmulos, el pródigo terrón,
el polluelo, la larva… ¡Ah! Demasía,
¿cómo voy a rozar siquiera el viento
mientras está reverberando entero?
La naturaleza es parte esencial en el paisaje poético de Emily Dickinson. Las plantas que florecían en el jardín que tanto cuidó se dejaron ver en poemas como este, que recorre los colores, los aromas y los sonidos de la primavera “hasta que el verano pliega su milagro”:
El pálido paisaje de la primavera
resplandecerá como el brillante ramo,
aunque entre blancos mármoles de Paros
se sumerge el pueblo a la deriva.
Las lilas, muchos años inclinadas,
colgarán con su púrpura carga,
las abejas no olvidarán el tiempo
en que sus fundadores cantaban.
La rosa enrojecida en la ciénaga,
el áster en la colina,
sus eternas maneras imponen
y adornan las gencianas de la alianza
hasta que el verano pliega su milagro
como las mujeres sus vestidos,
o los sacerdotes sus símbolos
cuando acaba el sacramento.
(Traducción de Eva Gallud)
La autora valenciana Susanna Lliberós imagina a la primavera sorprendiendo como una presencia lúdica, femenina e incitadora que llega cuando aún tenemos “el otoño pegado a la piel”:
Ha vingut la primavera sense fer ni un sol truc a la porta,
sense avisar ni demanar permís,
exultant, arrogant.
S’ha presentat de colp amb les mans plenes de tactes adelerats,
els pits turgents,
el riure contingut i amanit al baix ventre,
tota joia i delícia,
amb pastissos a dojo i la boca de lliris.
«Tu què li has fet?», diràs;
et promet que jo res, tot el contrari,
li he tret la llengua i he creuat el carrer quan de lluny l’he intuïda,
li he fet veure que sobra,
he xisclat al seu pas, li he bramat, he blasmat.
Però igual ha vingut, amb embranzida potser, la primavera.
I ens ha enxampat amb la tardor enganxada a la pell,
amb l’olor d’humitat a les sabates,
amb les puntes trencades dels cabells
i els clevills a les ungles.
Encara ara tenim el fred als ossos de la llengua,
als plecs de les absències.
No entenem els capolls, ni els cirerers,
ni el bec de so tan ple de cap falcia.
La llet se’ns fa malbé i el formatge es floreix,
la pols s’estén per terra i les cortines onegen esgroguides
anhelant la pau d’un nou combat
de diumenges de cendra.
Quin vent urgent s’emportarà el silenci?
Com se’ns escalfaran les hores d’estampida?
El final de quina llàgrima sentenciarà l’hivern que es va estendre a deshora
pels costeruts costums de les distàncies entre el teu cor i el meu?
Quan cridarem, al cel, la primavera!?
Marc Granell recibe con alivio en estos versos la primavera, después de un invierno “en que la muerte me ha habitado, altísima”, pero al mismo tiempo de que el deshielo alcance todos los rincones:
Ha passat l’hivern,
un hivern en què la mort
m’ha habitat, altíssima,
I s’ha endut el caliu assossegat
de cossos i de veus tan estimades.
Diuen que amb les flors la primavera
torna a naixer el desig i la pluja
amable de l’oblit i del costum
ben nou que et fa créixer
més segur entre els buits que es multipliquen
Mai, però, no pot vèncer el temps del tot
aquell gel que ha quedat enganxat
al racó més carícia dels dies
fins al no-res.
Y acabamos con Joan Fuster. En este breve poema, en contraste con casi todos los demás, este escritor valenciano ruega a la primavera que le abandone “como a un árbol partido” porque sólo desea “olvido”:
Ara que véns primavera,
no t’estengues sobre mi:
nega’m la cançó lleugera,
la mà breu del gessamí;
passa, abandona’m ací,
com a un mort, com a una austera
pedra o a un arbre partit;
no esdevingues, primavera,
sang sinó cendra, al meu pit.
Que me’l vull suspès d’oblit!